Aquí viene otro artículo más sobre el tema de actualidad en Sant Antoni, la declaración del West End como Zona de Protección Acústica Especial, pero como se ha escrito bastante sobre el tema, le voy a dar una orientación diferente, teniendo en cuenta lo que implica y refleja este debate sobre la política municipal e insular. Definía Gramsci las crisis como aquel momento de transición en que «muere lo viejo sin que pueda nacer lo nuevo». Esta definición me parece muy útil para entender que el mantenimiento de un modelo de pueblo entendido como la cuna del turismo de borrachera cuenta cada vez con menos adeptos, pero no se acaba de avistar ninguna alternativa clara en el horizonte.

La polémica del West End está sirviendo para que los diferentes partidos y colectivos pongan las cartas sobre la mesa. Por un lado, la oposición defiende el enriquecimiento individual con las menores trabas posibles como garantía del bienestar colectivo. Este mantra liberal, más que bienestar para la mayoría de la población crea la ley de la selva que todos conocemos, de la que unos pocos se benefician mientras la mayoría ve cómo su calidad de vida no hace más que empeorar. El segundo argumento para mantener el inmovilismo se basa en la pérdida de empleos. Sin embargo, ¿es la falta de empleo en temporada alta un problema en Ibiza? ¿o quizás el problema se encuentra en la temporalidad, la precariedad y la baja calidad de los empleos? Por otra parte, ¿cúantos de esos 300 empleos que están en riesgo corresponden a residentes en la isla? El hecho es que si me diese por ir de bar en bar del West pidiendo ' una copa d'herbes' o un pacharán, en no demasiados bares se me entendería. En resumen, lo viejo no solo no acaba de morir, sino que está vivo en el modelo de pueblo que ha creado y sigue defendiendo la oposición.

Por su parte, el gobierno municipal se respalda en los informes técnicos y en la defensa del descanso de los vecinos para defender y dar legitimidad sus medidas. Con la política en cuestión no solo se quiere, a mi juicio, reducir el ruido en la zona, sino que se quiere atacar un modelo de pueblo cada vez más caduco por todos los problemas derivados que genera en las zonas aledañas. No obstante, creo que se debe ser realista y aclarar que Sant Antoni no tiene solución a corto plazo, que los problemas que todos los que viven en el pueblo conocen van a seguir estando allí por mucho que se reduzcan los horarios de apertura de los bares de copas. Por ello, creo que es y será clave la creación de un proyecto a medio plazo, de un relato que mitigue la desafección y la resignación que puedan crear la falta de efectividad de las políticas públicas a corto plazo. Dejando a un lado políticas públicas concretas, creo que la sociedad ibicenca es cada vez más consciente de los problemas que el monocultivo turístico dominado por el turismo de ocio nocturno, junto con el turismo de lujo, núcleo de lo que he caracterizado como 'lo viejo', han generado (masificación, deterioro medioambiental, mercantilización de la vivienda y los problemas de alquiler derivados?). Sin embargo, me cuesta identificar proyectos políticos que estén consiguiendo convertir la indignación, ejemplificada por el movimiento ciudadano PROU, en esperanza. Por esta razón entiendo como fundamental el debate de ideas, a mi parecer el gran ausente, para empezar a plantear hacia dónde queremos ir como comunidad, y no solo hacia dónde no queremos ir, para convertir la protesta en propuesta.

Quizás, volviendo a Sant Antoni, se debería empezar a tomar nota del carácter reivindicativo de movimientos como PROU teniendo en cuenta que, aún con la ristra de problemas que ya se han comentado, y todos conocemos, no existe en Sant Antoni una asociación de vecinos que ponga sobre la mesa las demandas y propuestas ciudadanas. Haciendo autocrítica se puede decir que en lo que se refiere a los problemas colectivos, que nos afectan como miembros de la comunidad, somos muchísimo más reticentes a actuar que si se ve afectado, por ejemplo, nuestro negocio. Aparte de ejercer el voto, en lo que a participación cívica se refiere, se suele, como hacen las avestruces, poner la cabeza bajo tierra, y así es difícil construir cualquier tipo de alternativa al modelo actual. No creo que sea justo que ante la colección de piratas y sinvergüenzas que campan por nuestro pueblo temporada tras temporada los vecinos tengamos que seguir manteniéndonos quietos, callados y no tomar partido. Ante esta situación, creo que somos los jóvenes, los que construiremos cualquier atisbo de cambio futuro, los que tenemos que perder el miedo a participar y debatir sobre lo colectivo para, como decía Benedetti: «hacer futuro a pesar de los ruines del pasado y los sabios granujas del presente».