Uno de los problemas a los que se enfrenta la medicina clínica en las zonas rurales de Bolivia es el desconocimiento por parte de los facultativos de las lenguas indígenas, como el quechua, el aymará, el tupí o el guaraní. Ello provoca el recelo y la desconfianza de los pacientes que no entienden el español, quienes prefieren recurrir a la medicina autóctona y a la magia, visionando erróneamente los hospitales como casas de muerte y rechazando las terapias biomédicas.

En mis dieciocho años de ejercicio de la profesión notarial en Ibiza puedo contar con los dedos de una mano a los ibicencos que al atenderlos, me manifestaron que no entendían el castellano, y eran todos ellas personas de avanzada edad residentes en localidades interiores de la isla. Podemos afirmar categóricamente que hoy en día prácticamente todos los pitusos hablan y entienden el castellano. Sin embargo el Govern balear trata a sus ciudadanos como si estuvieran en los Andes bolivianos o en el lago Titicaca, como si desconocieran la lengua estatal, peligrando gravemente la sanidad pública.

En el fondo hay un problema de concepto. ¿Qué es el lenguaje? Ante todo es un 'código de comunicación'. Con la excepción del uso del lenguaje en funciones poéticas, aquel no es en esencia un fin en sí mismo, sino que tiene un valor instrumental, sin perjuicio de que cada idioma tenga su propio valor inherente, pues como diferenció Ferdinand de Saussure una cosa es 'la lengua' (lan-gue) como conjunto de signos o estructura semiótica, y otra 'la palabra' (parole) como aplicación concreta de una lengua o articulación individual de aquella estructura.

Los peligros surgen cuando los medios se convierten en fines y acaban siendo factores de exclusión. Estos tradicionalmente han sido la pobreza, la clase social, las ideologías o la etnia. De todos ellos, este último configurado como 'raza', es el que peor recuerdo nos trae si nos fijamos en la tragedia del Holocausto.

Pues bien, con el argumento sofista de que los pacientes tienen derecho a ser atendidos en catalán, el Govern de Armengol ha conseguido imponer un control previo a los sanitarios que ejerzan en las islas extraño al Código hipocrático.

¿Se han planteado Armengol y sus socios pancatalanistas de MÉS cuál es la esencia de un médico? No creo, porque sus preocupaciones ontico-deónticas no llegan a tanto. El galeno es « vir bonus medendi peritus», y en su actividad está regido por una serie de principios éticos (contenidos en el denominado 'Informe Belmont'), que son el de autonomía o respeto a las decisiones del enfermo, el de no maleficencia o no causar daño al paciente, el de beneficencia o actuar en interés de aquel, y el de justicia, que es dar a cada uno lo que le corresponde evitando las discriminaciones.

Pero además de los principios teóricos, hay una parte práctica constituida por la phrónesis aristotélica o prudencia, de suerte que el facultativo siempre tiene que hacer los mejor, lo más sensato, racional y razonable, para no caer en el yerro trágico que puede ocasionar un mal irreversible en el doliente.

Y es que la medicina, por su vinculación con los dos bienes éticos más importantes, que son la vida y la salud, requiere una altísima cualificación técnica y formación ética en el profesional. Lo primero es lo que hace que estemos ante 'un buen médico', y lo segundo ante 'un médico bueno'.

Al personal sanitario se le ha de exigir capacitación clínica y educación moral, y punto. Los controles han de recaer sobre esta doble faceta. En cambio el Govern prefiere controlar la educación en la ' parole', exigiendo el dominio de un idioma determinado cuando la mayoría de los pacientes también hablan y entienden otro que es cooficial.

Con ello transforma la lengua en elemento de exclusión social. De una lado dificulta la promoción y se obstaculiza el acceso a los sanitarios que no alcancen el nivel de catalán exigido, favoreciendo su éxodo, y de otro impide que los pacientes sean atendidos por aquellos buenos médicos que han optado por el traslado.

¿Y qué se pretende con esto? Ya lo he dicho en varias ocasiones. Existe un propósito encubierto de desespañolizar Baleares desde las instituciones autonómicas, insulares y locales. Ocurre en el ámbito jurídico con la postergación del Código Civil a la categoría de derecho supletorio del su-pletorio, acontece en las escuelas en las que solo se estudia una asignatura en castellano (la de lengua española), y sucede ahora en el del ejercicio de las ciencias de la salud, solo que por la jerarquía de los bienes éticos afectados esto último es mucho más grave.

La lengua en Baleares, como lo fue la raza aria en el Reich alemán, bifurcará a los que se dedican a la sanidad en dos castas, la superior que habla catalán y puede acceder a los mejores empleos, y 'otra' inferior castigada por hablar la jerigonza de Quevedo.

La falacia argumental de los procatalanistas se desmonta con un doble interrogante: ¿preferiría Armengol si padece un infarto ser tratada por un 'buen médico' o por un galeno mediocre que tenga el nivel B de catalán? ¿elegiría Pilar Costa si una hija suya sufre un embarazo no deseado que esta sea atendida por un 'médico bueno', o por un terapeuta sin escrúpulos morales que hable perfectamente el catalán?

Después de que ambas señoras respondan en su fuero interno, en el de la conciencia, yo les aconsejaría que se aplicaran la regla de oro de la ética, que Paul Ricoeur formulaba así: «no quieras para los demás lo que no quisieras para ti».

Lo triste es que estos políticos/as han escindido con su conducta la política de la ética, con lo que se hace muy complicado hablarles de ética médica o bioética, habiéndose instalado dada su cortedad de miras en el ámbito de 'la palabra', lo cual hace que 'la lengua' (como históricamente lo fue la raza) se erija en elemento excluyente de 'los otros' que libremente no se han decidido por la inmersión en una determinada ' parole'.