Sueldos bajos y alquileres por las nubes. Este cóctel (molotov) perfecto explota ante nuestros ojos en la isla y la deflagración se lleva por delante a los trabajadores. A la falta endémica de funcionarios (médicos, policías, jueces...), se une ahora el problema para encontrar una vivienda, con lo que la desbandada de personal aumenta año tras año. Y los empresarios ven con horror cómo ya ni ofreciendo vivienda consiguen cubrir las plazas en sus establecimientos. Con el mismo sueldo, en cualquier lugar de la Península se vive mejor. Aquí no solo hay que hacer frente a la carestía de los pisos o de la cesta de la compra, sino también a la insularidad. Pocos vuelos y caros en invierno complican mucho la salida para quienes tienen fuera a sus familias. No es extraño que los empresarios se hayan olvidado de los tradicionales pactos de caballeros y el mercado de trabajo se rija ya por una única ley: la de la selva. Quien más paga se lleva el trabajador al agua. Cada día son más los que deciden dejar este paraíso decadente por otro lugar donde labrarse un futuro. Algunos, con años de residencia en Ibiza, esperan a que sus hijos vayan a la universidad para trasladarse y ahorrarse así el gasto que supone tener a los chavales fuera. Mientras la vida en la isla se antoja ya imposible para muchos, las instituciones siguen paralizadas o vendiendo humo. Avanzando con paso firme hacia el precipicio.