Se han fijado que Ibiza siempre navega a contracorriente? Cuando en Madrid gobierna la derecha en las islas toma el mando la izquierda y viceversa. Si España entera padece la mayor crisis de la democracia, la isla experimenta las mejores cifras económicas de su historia, con crecimientos de dos dígitos en facturación, actividad, beneficios, afluencia de turistas, etcétera.

Esta maldición-bendición, según el ciclo, nos complica la vida enormemente y nos obliga a coexistir y evolucionar en una coyuntura de doble aislamiento: el territorial y el político. Hace décadas que padecemos una parálisis en inversiones públicas en infraestructuras que colisiona frontalmente con las acuciantes necesidades que sufre la isla, agravadas últimamente por la multiplicación de la actividad turística y sus consecuencias ecológicas y sociales.

Cuando ha habido un gobierno nacional dispuesto a acometer inversiones importantes, éstas casi siempre se han quedado retenidas en la península y se han distribuido entre regiones de color político coincidente. La financiación autonómica, por otra parte, mejor ni mentarla, al ser Mallorca un pozo sin fondo que únicamente cede un puñado de migajas a las islas pequeñas. Y cuando la crisis ha provocado que Madrid cierre radicalmente el grifo a las administraciones locales para controlar el déficit público, los ayuntamientos pitiusos se han visto atados de pies y manos, pese a acumular un montón de millones en el banco. Así, nos encontramos ante contradicciones tan flagrantes como que se prohíba el alquiler turístico en viviendas plurifamiliares y luego no pueda crearse un cuerpo de inspectores que garantice el cumplimiento de esta normativa. En verano, asimismo, la isla se convierte en un caos, con fiestas ilegales, robos, atascos y abusos en las playas, mientras las policías locales no cuentan con las plantillas necesarias para atajar estos problemas, por la Ley Montoro.

A pesar de que la calidad del empleo ha descendido vertiginosamente, miles de empresas se han hundido y los pensionistas se empobrecen, existen indicadores que subrayan que España está saliendo de la crisis. Si es así y nos atenemos al anatema de que el movimiento de rotación de Ibiza es inverso al del resto del mundo, podemos deducir que mientras el país tiende a mejorar ligeramente, las Pitiüses han iniciado su proceso de declive.

La encuesta anual de la Pimeef, presentada la semana pasada con los resultados de una consulta realizada a 268 sociedades locales de toda tipología, confirma la aparición de los primeros síntomas y ya alude a una 'desaceleración económica'. Muchos más empresarios que hace dos años reconocen que el crecimiento de sus ventas ha sido negativo la temporada pasada.

El apunte más relevante de este informe indica que la mitad de los empresarios cree que hay una excesiva saturación en la isla y aún más, el 58%, apuesta por tomar medidas que controlen el flujo turístico. No hay que ser un lince para vislumbrar la relación causa-efecto que deducen comerciantes y hosteleros: la culpa de que la economía pitiusa entre en retroceso es la saturación y sus múltiples efectos secundarios. De estos últimos, cada ibicenco tiene su propia lista, pero podemos resumirlos en dos, como los diez mandamientos: la degradación de las playas y el paisaje, y la progresiva pérdida de esa identidad que nos hacía un destino único en el mundo.

Como era previsible, la reacción política a la encuesta ha sido escasa. El PP ha aludido a ella para criticar a la oposición de izquierdas y echarle en cara que no ha realizado campañas de apoyo al comercio -el sector más afectado, según el informe-, que contrarresten la desaceleración. Esta pobre respuesta regatea la cuestión fundamental y se suma al silencio del resto de corrientes políticas. Si no se entra en materia, Ibiza seguirá a la deriva en un océano donde solo intervienen los remolinos de la oferta y la demanda.

Los empresarios han subrayado que hay que tomar medidas para atajar el exceso de turistas en los meses clave de la temporada y muchos colectivos sociales también. Al viajero hay que dejar de atormentarle -que no se sienta estafado ni agobiado en el supuesto paraíso-, trabajar para potenciar los aspectos que hacen única a la isla y lograr que la gente siga volviendo y generando un boca a boca positivo.

Portavoces de todos los partidos se han mostrado públicamente partidarios de desarrollar iniciativas para reducir la saturación de Ibiza, pero la baraja siempre se rompe a las primeras de cambio. Medidas a priori polémicas implantadas recientemente, como la limitación de acceso a determinadas playas, han funcionado. Ahora que comenzamos a vislumbrar los primeros síntomas de una crisis en potencia, hay que trabajar para frenarlos a tiempo, con amplitud de miras, valentía y, si es posible, consensos. Aunque sea a costa de seguir navegando a contracorriente frente al resto del mundo.