El agua transparente, los recovecos, la tierra roja del acantilado, los pequeños islotes cercanos, las casetas, el olor a pescado del restaurante...Todo eso y mucho más es Cala Xarraca, con sus 70 metros de largo y sus 10 de ancho. O lo era hasta ahora. No contentos con seguir sepultando bajo hormigón el litoral más castigado de la isla (la Alianza Mar Blava denunciaba esta semana la bestial urbanización de la costa ibicenca, que creció más de un 60 por ciento entre el 97 y el 2012), en pleno 2018 la especulación salvaje sigue avanzando y llega al tranquilo norte. El GEN ha denunciado la «brutal agresión» urbanística que se cierne sobre la preciosa cala. Lo que se vendía como la pequeña reforma de un antiguo complejo hotelero para reconvertirlo (cómo no) en un establecimiento de puñetero lujo, es una ampliación de grandes proporciones con explanadas nuevas, accesos y una invasión del terreno que no tiene nada que ver con lo que se había anunciado. Y lo que es peor, todo amparado por la Ley Turística vigente, que permite el cambio de usos sin despeinarse. Javier Calvo, de la Alianza por el Agua, recordaba también el viernes, en una jornada de sostenibilidad (concepto vacío de contenido para la clase política ibicenca pretérita y actual), que aún quedan cerca de 2.000 hectáreas de litoral ibicenco sin protección. Me parece oír ya el ruido de las hormigoneras acercándose a esas tierras vírgenes...