Aquellos gurús del turismo pitiuso -a menudo interesados-, que en su momento nos vendieron el turismo del lujo como la panacea que nos conduciría a una nueva dimensión de prosperidad y calidad de vida, olvidaron mencionarnos los efectos colaterales. Ahora que los sufrimos a diario, se resumen en que del lujo únicamente se benefician unos pocos y además ha generado tal burbuja especulativa que ya no hay quien viva en esta isla. El éxodo de amigos y conocidos a otras latitudes, a consecuencia de esta inflación disparatada, es la gota malaya que mina nuestra alegría y nos subraya que, definitivamente, hemos perdido el norte y el control de la situación.

La semana pasada Diario de Ibiza reproducía una noticia que, además de ahondar en esa crisis social sin precedentes, ponía los pelos como escarpias. Los cuatro municipios más caros de toda España para comprar una vivienda de segunda mano son, por este orden, Ibiza, Sant Josep, Santa Eulària y Sant Antoni. Les siguen Sitges (Barcelona), Hondarribia (Guipúzcoa) y Getxo (Vizcaya). Sant Joan y Formentera probablemente no aparecen porque su oferta es tan limitada que ni siquiera resulta representativa.

¿No les parece un acontecimiento insólito?, ¿estratosférico?, ¿incluso apocalíptico? Los cuatro lugares más caros de España están en esta pequeña isla. Ni Madrid, Barcelona, San Sebastián o Marbella son capaces de competir con nuestra 'roqueta' rodeada de mar, que supura lujo por cada poro. Tanto lujo supura, de hecho, que al problema del alquiler de viviendas se suma ahora que el precio por adquirirlas resulta igual o incluso más disparatado.

En Vila, el metro cuadrado de piso de segunda mano se oferta por 5.284 euros de media. Más de medio millón por una vivienda normal, no de lujo; un piso de tres habitaciones para una familia trabajadora, de esas con contratos de medio año y sueldos de mil y pico euros. Tanto monta lo grande que sea el pico porque no da. El coste de la vivienda en Vila es tan descabellado que ni siquiera le superan los distritos antaño más caros de España, como el madrileño de Salamanca o el barcelonés de Sarrià. Cuando eso ocurre en las ciudades grandes, la gente se traslada a los barrios periféricos o incluso a otros municipios bien comunicados. La diferencia es que de Ibiza capital no podemos irnos a Sant Josep o a Sant Antoni porque aquí el coste inmobiliario es prácticamente el mismo. Quien no tiene vivienda, está abocado al éxodo. Sólo es cuestión de tiempo porque la situación no tiene visos de mejorar.

El lujo y la vivienda conforman un microcosmos asfixiante que se retroalimenta. A más precios de lujo, más dinero negro y más necesidad de blanquearlo. Y, para ello, nada como comprar viviendas y cualquier habitáculo urbanizado que se ponga por delante. El retorno de la inversión, por elevada que sea, es veloz si las propiedades adquiridas se destinan al alquiler turístico. Un monstruo que, al igual que la demanda y los precios, no para de engordar, mientras la burbuja sigue sin estallar. Aquellos que buscan un alquiler en Ibiza para todo el año sólo encuentran frustración. Ahora ocurre lo mismo con quienes buscan adquirir su primera residencia.

El viernes pasado también nos enteramos que Ibiza, según el ranking de una agencia de viajes, es además el octavo destino turístico más caro del mundo, con una media de 327 euros por persona y día. Por unos pocos euros nos adelantan Nueva York, Copenhague, Amsterdam, Venecia, Los Ángeles, Zurich y Dublín, aunque ya les sacamos ventaja a Londres y Oslo. Si hablamos de salir a cenar a un buen restaurante, incluso somos los cuartos, con una media de 57 euros por persona.

El drama de estas cifras radica en que todos los destinos con unos precios al nivel de Ibiza son grandes ciudades donde los salarios muchas veces multiplican por tres, cinco y hasta ocho veces los que se perciben en la isla. Una redistribución equitativa de la riqueza que generamos como enclave turístico -a costa de dilapidar los recursos naturales-, hace tiempo que pasó a la historia. Tal y como ocurre en las repúblicas bananeras, los ricos lo son cada vez más y los pobres, también. La clase media de antaño se sostiene por el patrimonio familiar acumulado en tiempos pretéritos.

La pobreza dinamita el equilibrio social y la felicidad de las familias. En Ibiza, paradójicamente, ahora descubrimos que en la época de mayor riqueza también se puede alcanzar un insólito estado de miseria. Somos el más contundente ejemplo de antiprogreso.