Personalmente, el abajo firmante repudia todos los nacionalismos, que son ideologías introspectivas, egoístas, insolidarias y casi siempre con un claro complejo de superioridad, opuestas a la idea de globalización, al mestizaje, al cosmopolitismo, que son valores incluyentes, generosos, modernos, humanistas.

Pero lo más repugnante del nacionalismo es su discurso falsario cuando se llena la boca con grandes conceptos, como dignidad y democracia. Por ejemplo, Puigdemont, este frívolo embaucador que quiere llevar a Cataluña al ostracismo y a la radicalidad étnica, repite con insistencia en declaraciones y artículos que lo que está en juego ya no es Cataluña sino la democracia misma.

Cree el iluminado que vamos a olvidar aquellas inefables sesiones parlamentarias del 6 y el 7 de septiembre (en realidad, acabaron en la madrugada del 8) en que la mayoría bajo su control aprobó leyes manifiestamente inconstitucionales „es decir, sin soporte jurídico alguno„ tras unos rituales parlamentarios en que la oposición no tuvo posibilidad de opinar, ni de defender enmiendas, ni de explicar siquiera su posición.

Ni el fascismo de partido único se hubiera atrevido a semejante escarnio democrático.

¿Acaso cree este cobarde ciudadano prófugo que conseguirá embaucar por este medio a una clientela significativa y duradera?