En esta isla saturada, donde en verano no cabe un alfiler, los hoteles de lujo proliferan como champiñones. Ya nos sorprendió que, tan avanzado el siglo XXI y con la que está cayendo, se permitiera la construcción de un nuevo cinco estrellas en primera línea de la playa de Talamanca, perteneciente a una cadena norteamericana. Ahora, descubrimos que otra multinacional tailandesa, Six Senses, ha anunciado su intención de erigir otro macro complejo vacacional de máxima categoría, en uno de los cada vez más escasos rincones apacibles que quedan en la isla: Cala Xarraca.

La noticia la publicaba Diario de Ibiza el pasado jueves y, aunque aquí su repercusión fue moderada, acabó dando la vuelta al mundo gracias al potencial de comunicación que posee esta compañía. Como tantas otras, ha apostado por asociar su marca a la de Ibiza. Resulta paradójico que, pese a su escasa presencia en Europa -un establecimiento en Portugal y otro en construcción en Francia-, opte por desembarcar en la isla, lo que evidencia que cada vez atraemos más a las poderosas cadenas internacionales, cuyo poder financiero es estratosférico. Si se lo proponen, pueden apropiarse de montones de negocios locales tirando de talonario y acabar concentrando una parte sustancial del pastel turístico pitiuso.

La cadena ya ha rebautizado la cala elegida como 'Xarraca Bay' y el renovado topónimo ha tenido eco en medios de comunicación de todo el mundo, incluidos varios nacionales. Pretenden construir un resort de 100.000 metros cuadrados, con 134 habitaciones, entre ellas varias suites de lujo con piscina privada y otras estancias singulares denominadas «suites de cueva de playa». Desconocemos en qué consisten estas últimas pero nos ponen los pelos como escarpias. El proyecto también incluye dos mansiones de seis dormitorios y nueve villas, además de spa, zona de piscinas y varios restaurantes.

El jefe ejecutivo de esta cadena ha declarado que el hotel de Ibiza será «un proyecto que celebrará el bienestar, la sostenibilidad y el espíritu comunitario». Tras su palabrería rimbombante y hueca, tan del estilo de las grandes corporaciones -cuanto más territorio y paisaje destruyen, más tono ecologista adquieren sus panegíricos-, me pregunto qué encuentra de sostenible en ocupar el entorno de una playa casi virgen con un mamotreto con capacidad para cientos de personas.

No me cabe duda de que este tipo de hoteles ofrecerán la mejor calidad -a los precios astronómicos habituales-, y harán felices a sus potentados huéspedes. Sin embargo, uno se pregunta qué aportan a Ibiza. Prestigio ya tenemos -su aterrizaje constituye la mejor prueba-, y los puestos de trabajo no representan una prioridad, pues hay que cubrirlos con personal de fuera.

Su contribución a la difusión de nuestra cultura y valores, por otra parte, es absolutamente nula. El ambiente lo ponen djs y sus restaurantes, por poner un ejemplo, ofrecen cocina japonesa, peruana, mexicana, norteamericana, italiana, tailandesa o de cualquier otra procedencia, antes que ibicenca. Sus clientes se van de la isla sin conocer un solo plato de nuestra gastronomía ni identificar la isla con unos productos determinados, y generan poco negocio entre los productores locales. Potencian, en consecuencia, la globalización de la isla y marginan aquello que la hace particular. Y lo más grave: su facturación se remite a la empresa matriz, esté donde esté, sin que se reinvierta o redunde en la isla. En definitiva, ¿Ibiza obtiene algo positivo con su desembarco? La respuesta, bajo mi punto de vista, es rotunda y difícilmente contestable: No.

En todo caso, más allá del origen foráneo de estas empresas, existen debates que hace ya mucho deberían estar superados. ¿Cómo es posible que, ante el desequilibrio que sufre nuestro territorio, se siga permitiendo la apertura de nuevos hoteles, aunque sean de lujo? Ibiza no puede incorporar más camas, por muchas estrellas que tengan, y los espacios naturales que aún se conservan más o menos inmaculados, especialmente junto a la costa, deberían ser intocables para la industria hotelera. Aquel que quiera invertir aún dispone de montones de bloques de apartamentos y hoteles avejentados para remodelar y en los que emplazar su oferta.

Cabe, asimismo, una última reflexión: ¿Resulta positivo concentrar tanta capacidad en el sector lujo? ¿Acaso no estamos arrinconando progresivamente al turista medio y familiar? No es tan potente económicamente, pero no oscila al capricho de las modas como sí ocurre con el turista de cinco estrellas. Pasan los años y seguimos tropezando, una y otra vez, con la misma piedra. Que Cala Xarraca pueda acabar convertida en una playa medio privatizada y tomada por el cemento, por atractivo que resulte el envoltorio, constituye un error imperdonable.