Esta barbaridad de instalar alambradas cortantes como las de la frontera de Melilla en los acantilados de Porroig, para que los simples mortales no podamos acercarnos a esos lujosos palacios, constituye el colmo de la desfachatez y el ninguneo. Aún así, conviene recordar que, en esta península abrupta, la privatización del dominio público se practica con total descaro desde hace décadas. Los propietarios de las mansiones -en algunos casos tan colosales que aún no nos explicamos cómo es posible que en su día fueran autorizadas-, llevan haciendo y deshaciendo a su antojo desde el primer día, sin que nadie les haya puesto la menor traba.

Todo aquel que navega habitualmente por la costa de Porroig se ha hartado de contemplar las innumerables escaleras que descienden hasta el mar, a veces de manera inverosímil, desde las piscinas de los chalets. Algunas constituyen una filigrana impresionante; colosales obras de mampostería erigidas en piedra viva y equipadas con gruesas barandillas de idéntico material. Serpentean por las inclinadas laderas hasta el agua, luciendo unos bloques tallados con precisión milimétrica por canteros expertos. Se percibe que requirieron más inversión que lo que le cuesta una casa entera a una familia media. Obviamente, se han adueñado de un montón de metros de acantilado y cortan el paso a quien pretende circular libremente por la zona. Resulta paradójico que los primeros 'okupas' de Ibiza fueran los potentados de los chalets.

Incluso sorprende que estos propietarios hayan sido incapaces de ponerse de acuerdo y compartir estas escaleras entre varios. Cada mansión dispone de su propia infraestructura hasta el mar, aunque quede separada de otras por tan solo un puñado de metros. Recuerdo ir de niño a pescar por Porroig con la familia y algunas ya estaban. Ahí siguen un cuarto de siglo después, mutando como champiñones, sin que ninguna autoridad les ponga freno.

En Sant Josep no ha habido un solo gobierno municipal, con independencia de su color político, que haya intervenido lo más mínimo hasta que por fin hemos salido en el Telediario; y muy probablemente todo seguirá igual en cuanto la borrasca informativa escampe. Incluso me atrevería a asegurar que la inmensa mayoría de los políticos del municipio han navegado varias veces ante estas tropelías, sin que les hayan provocado la menor reacción. Los engranajes únicamente ruedan cuando los ciudadanos se movilizan.

La mayor responsabilidad de esta anarquía que reina en nuestro frente marítimo le pertenece, sin embargo, a la Demarcación de Costas, la autoridad supuestamente competente, cuya permisividad absoluta da alas a los usurpadores, que hoy en día, con una actitud incluso chulesca, ya han sobrepasando los límites de lo soportable. El proceder de Costas sólo puede calificarse de abandono sistemático y radical de funciones, desde hace ya demasiado tiempo.

Ante el ruido generado por el grupo de excursionistas que destapó el percal, los propietarios no han tardado ni 24 horas en retirar las afiladas concertinas, al tiempo que han declarado que las habían instalado para mejorar su seguridad. Hace falta caradura. Si les preocupan los ladrones, que pidan permiso al ayuntamiento para erigir empalizadas como todo hijo de vecino, pero en el interior de su propiedad, sin cortar a nadie el paso ni apropiarse de suelo público. Como probablemente eso les arruinaría las vistas, siempre es mejor cortar más abajo, por el acantilado. Conozco a varios pequeños empresarios a los que se ha multado por poner un cartelito en un árbol anunciando cómo se llega a su negocio. A estos individuos, que arrancan árboles, cierran accesos e incluso amenazan e intimidan con matones a quien se aproxima a sus propiedades, por el contrario, nadie les tose. Son importantes, gastan dinero y hay que mantenerlos contentos?

Porroig, en definitiva, es el último capítulo de un serial repulsivo que establece que en Ibiza hay ciudadanos de primera y de segunda. La isla es el paradigma de la barra libre para todo aquel que ejerce la piratería territorial, ya sea ampliando chalets o construyendo beach club y hoteles discoteca. Y esta progresiva privatización constituye una merma de nuestros derechos, un agravio comparativo y un insulto a la inteligencia.

Aunque Sant Josep se lleva la palma, no tiene ni mucho menos la exclusiva. En todos los municipios encontramos acantilados y playas 'okupadas'. Ibiza necesita orden y lo necesita pronto. Los pitiusos ya no estamos para impertinencias.