En las comedias patrias de los años 60 y 70, a las que tachábamos despectivamente de 'españoladas' sin saber que medio siglo después seguiríamos haciéndolas pero con menos imaginación y más ínfulas, no faltaba nunca el personaje del timador de la estampita. Bajo la apariencia del genial Tony Leblanc, un tonto del bote (en el argot de la época) estafaba a algún listillo dándole papeles a cambio de billetes. Al igual que en cuestiones cinéfilas, la sociedad española ha evolucionado estos años más en lo estético que en lo ético. Si le añadimos nuestro personal toque balear, el timo actual requiere de un título universitario, una cátedra en la UIB y ningún atisbo de escrúpulo. Los profesores detenidos por vender un carísimo e inexistente medicamento contra el cáncer a enfermos desesperados maduraron su estafa durante años en el seno de una institución que, hasta el último momento, se ha resistido a abrir los ojos y detener tamaña inmoralidad perpretada por algunos de los suyos, en la terminología propia de los films de mafiosos. Ibiza se lleva su parte del mérito en el tocomocho científico: el director de Lipopharma, la empresa cómplice, Vicent Tur, es de Sant Miquel. Cuando escribo estas líneas, los profesores siguen cobrando de la UIB. Los tontos del bote somos nosotros.