El descubrimiento de que una telonera de un acto reciente del proceso de primarias del PSOE había falseado su currículum -exhibía una licenciatura que nunca había obtenido„ ha vuelto a traer a la actualidad este asunto, no siempre tratado con la contundencia que parecería natural. Por añadidura, la llegada a la política de mucha gente joven con la irrupción de los nuevos partidos ha facilitado la mixtificación, que sin embargo resulta relativamente fácil de escrutar a través de Internet. En los países de tradición calvinista, la mentira merece un gran reproche social, hasta el punto que quien sea sorprendido faltando a la verdad en cuestiones de calado es expulsado de lo público sin contemplaciones. La obra clásica de Max Weber, economista y sociólogo alemán, 'Die protestantische Ethik und der 'Geist' des Kapitalismus' ('La ética protestante y el 'espíritu' del capitalismo'), escrita entre 1904 y 1905, ilumina sobre esta cuestión. En nuestros países, en cambio, la marrullería forma parte de la cultura barroca del Mediterráneo y el arte de mentir es mejor apreciado. Pero en la regulación del sistema democrático, no deberíamos tener la menor tolerancia hacia el falseamiento del currículum de los personajes públicos: es inconcebible que quien pretende seducir a los electores para obtener su representación política lo haga mintiendo sobre su propio bagaje intelectual. Si falta a la verdad en algo tan previo, ¿cómo podemos esperar que no nos engañe en el ejercicio de la representación?