Las buenas noticias llegan a Balears en forma de dinamismo económico. Hacía tres lustros que nuestras islas no crecían a un ritmo tan acelerado como el actual: las Pitiusas cerraron 2016 con un crecimiento del 4,3%, el mayor incremento de Balears, cuya media fue del 4,1%. Esta bonanza generalizada -de signo claramente transversal en todos los sectores productivos- no sólo ha facilitado el cumplimiento de los objetivos de control de las cuentas públicas, como ha anunciado con satisfacción el Govern, sino que está permitiendo impulsar la necesaria creación de puestos de trabajo. No cabe duda de que una economía en marcha constituye la mejor garantía de prosperidad futura para una región.

A lo largo de estos últimos años, la sociedad de las islas ha padecido el doble shock de un aluvión de casos de corrupción política, por un lado, y de las terribles consecuencias del mayor crack financiero que ha vivido Occidente desde el fatídico episodio de 1929, por otro. Sin embargo, y a pesar de que todavía no hemos salido plenamente de la crisis iniciada en 2008, las previsiones de futuro son a día de hoy optimistas. El contexto macroeconómico europeo mejora impulsado por fuertes vientos de cola que se concretan en los bajos tipos de interés, la abundante liquidez y el coste favorable del petróleo y de las restantes materias primas. Al mismo tiempo, la privilegiada situación geográfica de Balears -a poco más de una hora de vuelo de los principales aeropuertos europeos-, nuestra estabilidad política frente a otros competidores y la calidad de los servicios e infraestructuras turísticas nos han permitido capitalizar con fuerza los primeros signos de recuperación económica. Y, además, de una forma más sostenible que en ciclos anteriores; esto es, no apoyándonos tanto en el peso de la construcción sino en el sector servicios.

Aunque estas cifras positivas no deben conducir a ocultar otros datos igual de significativos pero mucho más preocupantes. El desnivel social no ha hecho más que crecer en estos últimos años, alimentando un profundo malestar hacia la clase dirigente y las élites económicas que explica, en parte, el notable apoyo a formaciones nuevas y críticas con el bipartidismo, como Podemos y, en Ibiza, Guanyem.

La burbuja del alquiler complica considerablemente la situación en Ibiza y Formentera, ya que numerosas personas con empleo no pueden pagar los precios prohibitivos de la vivienda debido a que los pisos se destinan de forma masiva a los turistas, puesto que es una forma fácil y rápida de ganar mucho dinero por el que además, la mayoría no paga impuestos.

Las cifras difundidas recientemente acerca de la evolución de los salarios abonan esta fractura de clase entre un pequeño sector que ve crecer de forma notable sus ingresos frente a la merma que sufre una mayoría de asalariados. Así, el fuerte crecimiento el año pasado del PIB en nuestro archipiélago se tradujo -es cierto- en creación de empleo, pero también en un recorte salarial de un 1,1% de media. Los sueldos ajustados y el trabajo precario subrayan la debilidad de una recuperación económica que pretende conseguir competitividad no a partir del valor añadido que ofrecen la innovación y la mejora del capital humano, sino con un estricto control de gastos que redunda en contra de los trabajadores. Ninguna recuperación será plena si la brecha de la desigualdad no se reduce en forma de empleo estable, sueldos al alza y unas coberturas sociales adaptadas a las necesidades de nuestra comunidad.

La previsión es que Ibiza y Formentera crezcan este año un 3,7%, también por encima de las otras islas. Sin embargo, esa prosperidad seguirá siendo engañosa y relativa mientras no repercuta en una mejora de las condiciones de vida de la mayoría de los ciudadanos.