El machismo es un gravísimo problema de Estado, como lo fue en su día el terrorismo etarra. La situación es insoportable: hombres que consideraban a sus parejas o exparejas de su propiedad contra las cuales podían emplear la violencia han asesinado este año a 39 mujeres.

Seis de ellas en Balears, una cifra nunca antes alcanzada en las islas.

Un total de 865 mujeres han muerto en España desde el año 2003 a manos de hombres con los que habían mantenido una relación sentimental. 865, cada una con una familia y amigos que arrastrarán ya para siempre el dolor del crimen; 865 personas con nombre y apellidos, con planes de futuro, con ilusiones, cercenados por hombres que no concebían más voluntad y libertad que la suya propia. Es una cifra insoportable ante la que no se puede mirar a otro lado.

Ningún año desde 2003 ha bajado de las 52 mujeres asesinadas. No hay en estos momentos ningún problema social que produzca un número similar de víctimas, mes tras mes, año tras año. Hay que recordar que las asesinadas son la manifestación más extrema del machismo, pero existen miles de mujeres que sufren a diario la violencia, física o psicológica, y que no aparecen en las estadísticas.

Ante esta situación, que nos concierne absolutamente a todos, es precisa una toma de conciencia individual: luchar contra el machismo, fuertemente arraigado en la sociedad, requiere una militancia llevada a la vida cotidiana y una reflexión sobre qué podemos hacer cada uno en nuestro ámbito para censurar los comportamientos y expresiones machistas.

Sin duda es necesario revisar qué partes del sistema de atención a las víctimas (judicial, de asistencia social, policial...) y de control y castigo a los agresores fallan o hay que reforzar con más recursos. Pero no es en absoluto suficiente. Del mismo modo, es muy importante la formación de niños y adolescentes en valores de igualdad y de respeto, pero se trata de un flanco más de un problema que requiere un abordaje muy complejo y global.

No nos podemos conformar con las actuaciones de la Administración, que por supuesto debe estar a la cabeza de la lucha por la igualdad y por cambiar la mentalidad machista que impregna la vida cotidiana. El compromiso debe ir mucho más allá de las instituciones y debe ser individual.

Cuantas más personas concienciadas haya repartidas por todos los sectores de la sociedad, mayores posibilidades habrá de poner freno al machismo o de intervenir cuando se detecta. El viandante que avisa a la Policía cuando observa a un hombre pegar o insultar a una mujer en cualquier lugar; o que interviene y evita la agresión; o que habla con una mujer y le dice «esto no es amor, no debes tolerar el maltrato» es en sí mismo un dique de contención frente al machismo. Es un ejemplo que cala en su entorno, que apuntala y refuerza la transformación necesaria de una sociedad aún anclada en un patriarcado que sigue teniendo efectos nefastos, que se evidencian en una desigualdad generalizada. Presencia testimonial de las mujeres en puestos de decisión, sueldos más bajos, empleos temporales y más precarios, desequilibrado reparto de las cargas familiares, que asfixian a las mujeres y les cierran horizontes... La lista de aspectos en los que se refleja la desigualdad es interminable.

Ciudadanos militantes contra el machismo equivalen a profesionales concienciados que van a actuar y van a estar sensibilizados a la hora de tratar el problema de la violencia de género, lo que a menudo es determinante para que una mujer decida denunciar o no a su agresor; que se sienta comprendida y no juzgada o cuestionada; o que incluso se instruya bien un procedimiento para poder condenar al hombre y proteger a la víctima.

Una sola mujer asesinada por su pareja o expareja es una cifra insoportable.