En otoño se nos amontonan los temas a quienes comentamos la actualidad. Así al fenicio, que estaba distraído disfrutando de los ocres, dorados y colores encendidos de las hojas caducas. O de las lluvias. O de las setas (del supermercado).Pero no puede ser. Y llega la actualidad y el pobre fenicio se rasca la cabeza bajo la boina porque las cosas no le cuadran. De modo que a los placeres del otoño se suman los requiebros de nuestras islas azotadas.

Cuando miramos los efectos del verano con mirada retrospectiva, respiramos aliviados, pero si los analizamos selectivamente, siempre hay algo que nos sorprende, no por imprevisto, sino por confirmado. Como estas riadas de vehículos que inundan algunas zonas bajas de nuestras costas. Aun sabiéndolo, nos sigue impresionando la presión mecánica sobre las dunas, las playas y las costas.

Que una islita como Formentera (hay fincas en La Mancha o Extremadura que doblan su extensión) haya contabilizado más de 221.000 vehículos en el Parque Natural de ses Salines no deja de admirarnos. Con estupor, a veces pánico, pero nos despierta cierta perplejidad. Casi un cuarto de millón. Imaginen el desgaste que significa el trajín de coches, combustible, comida, agua para dar servicio a esta marabunta.

Este invierno estaremos animados con las quejas del personal. No servirán absolutamente para nada, eso sí, nos sentiremos mejor con nuestra conciencia. Pero si miramos a un horizonte más lejano, sabemos que la solución no está en el Govern ni en los consells. Está en la recuperación de las maravillosas zonas turísticas turcas, egipcias, marroquíes (también muy deterioradas hoy), es decir, cuando Estados Unidos y Rusia decidan qué zona de la tarta se queda cada cual.

Con el beneplácito de Turquía que ansía zamparse un buen pedazo de la antigua Irak. Es aventurado hablar de fechas, pero si no está apaciguado antes de tres años, ya no sé qué pensar. No olvidemos que Irán y Arabia, enemigos acérrimos, están dirimiendo sus eternas batallas subterráneas en Próximo y Medio Oriente. Ibiza no pinta nada. Solo recoger la morterada mientras se pueda y esconder la cabeza bajo el ala en invierno. Sobre esto, me temo que ya está activado un efecto disuasorio de los turistas, que se van cada vez más descontentos del archipiélago balear, aunque no se divulgue. Pero los problemas enquistados tienen que resolverse a nivel local y me temo que el Govern balear no está dando la talla.