Lo que ocurre en Ibiza hogaño no es novedoso, de hecho viene pasando desde la década de los 80. Lo único que ha cambiado es el grado de presión sobre el territorio, los recursos y la gente. Pero el fenómeno obedece a la misma naturaleza.

Es importante el matiz, porque significa que estábamos avisados, sabíamos que esto podría ocurrir y algunos estábamos convencidos de que ocurriría más pronto que tarde. A los políticos locales parece haberles sorprendido con el pie cambiado, lo cual tampoco extraña. Ellos se sienten tan desorientados que han recurrido al viejo recurso de pedir informes a profesores de la Universidad de las Islas Baleares (UIB), algunos de los cuales ya demostraron su acción estéril cuando fueron políticos en activo, como Carles Manera con Antich.

En Baleares ya sobran los informes, los planes de esponjamiento, los estudios turísticos y otras joyas impresas que acaban en agua de borrajas. Nunca se llevan a cabo. Ni hará nada el presidente del Consell de Formentera ni la del Govern Balear. Pero en agosto han de salir en pantalla para demostrar su interés por los análisis (así lo llaman ellos; hay que hacer análisis, balances o estudios, o sea, marear la pobre perdiz). Si se sienten fuertes amenazan con un cambio de modelo. Ya explicarán que es esto, por si tenemos que comprarnos cañones de nieve.

Mientras tanto, los que han decidido vivir en el paraíso o los que no puede escapar de él, descubren que no hay tal. Pueden colocarte una depuradora al lado, una desalinizadora más abajo, una discoteca o un cementerio. Una lluvia de perdigones puede caerte en el jardín. Si sales a caminar, puedes enfrentarte a una manada de perros liderados por un doberman. En la playa, el más fino colchón es una capa de colillas. Si vives en la costa, una muralla de barcos fondeará en la misma orilla. Si por fin encuentras un terrenito aislado, de pronto será cruzado por torres de alta tensión.

No pretendan disfrutar del verano, ni salir a un buen restaurante, ni reunirse para disfrutar de una puesta de sol: Ibiza ha sido tomada al asalto. Las carreteras rebosan, los puertos son inaccesibles. Si vas a poner gasolina, ojo con los novatos y si es una gasolinera en tierra, la cola puede ser de varios kilómetros.

Decía que conocemos todo esto desde los años incipientes de los ochenta. Al no haber sabido detener la espiral de crecimiento nos encontramos con la exageración grotesca de nuestra actividad. Nos encontramos desolados, menos mal que tenemos a los sabios de la UIB, que Dios les guarde. Y no saldrán caros.