Todo. Lo veo todo. Hockey, waterpolo, gimnasia, saltos de trampolín, tiro con carabina, rugby, natación, windsurf (enhorabuena Mateo y Asier)... ¡Y no han empezado a disputarse las pruebas de atletismo! Cada cuatro años sufro un síndrome olímpico. Por eso no puedo despedirme este verano sin imaginar unas pruebas olímpicas específicas de nuestro pequeño territorio. Como decían con ingenio en una gran fiesta universitaria de Barcelona: me Río de Janeiro.

Botetlón. Nada de decatlón, aquí los superdeportistas practican este deporte de gran simplicidad que consiste en beber hasta caer. Los ibicencos, campeones absolutos en los juegos de invierno, ceden paso ahora a los reyes de la especialidad, los británicos. Grandes conocedores de la pista atlética del West End, introducen elementos nuevos, como beber sin pantalones o lanzarse al vacío desde balcones. Van a por todas las medallas.

Natación (etílica) en aguas abiertas. Hay que tragar cantidades ingentes de alcohol de garrafa a pleno sol y a bordo de un barco atestado de gente, además de lanzarse al agua en pos de más botellas para seguir en la pugna. Oro para el que regresa a puerto consciente.

1.000 metros obstáculos. El magnífico estadio olímpico construido en un pispás por la Autoridad Portuaria en el puerto de Vila es todo un reto para cualquier turista olímpico. Papeleras, bancos, contenedores, farolas, señales, mesas, sillas y las novedosas cuñas de cemento, colocadas estratégicamente para provocar el máximo daño posible, son una auténtica prueba de resistencia para las tibias de los participantes. Lesiones escalofriantes como la de Samir Ait Said a porrillo.

Waterpalo. El palo se lo llevan los discapacitados que intentan ir al váter en Platja d´en Bossa y se lo encuentran cerrado a cal y canto. Para mayor sufrimiento de los atletas paralímpicos, la pasarela de acceso al agua está rota. Todo en un escenario deportivo que Sant Josep anuncia como «adaptado».

Gimnasia arrítimica. Pasear por Vila sorteando cacas de perro, basuras, contenedores, cucarachas y ratas en aceras pobladas de señales de tráfico. Los participantes adoptan posturas imposibles. Ahí te quiero ver, Simone Biles.

Maratón de marcha. Los sacrificados deportistas se tiran una semana entera sin dormir, de fiesta en fiesta y de bar en bar, arrastrándose entre los vómitos del West End, pagando los precios del Paseo Marítimo y soportando a pelo el volumen atronador de Platja d´en Bossa. Ganar o morir.

Dos metros (cuadrados) libres. La prueba reina de los juegos pitiusos se libra en Cala Bassa y es Jondal. Hay que correr como posesos para llegar a los únicos dos metros cuadrados libres de hamacas, mesas para banquetes y balinesas en los que extender la toalla sin que los seguratas, digo los rigurosos jueces, expulsen a los intrépidos atletas a guantazos. Los nativos sin posibles son los reyes de esta modalidad. Tiembla Usain Bolt.