Un lugar mágico», «imagen icónica», «esencia hippy», «fluir de energías», «halo especial», «experiencia única», «ambiente bohemio»... Son algunas de las frases con las que las guías turísticas califican a la fiesta de los tambores que todos los domingos tiene lugar en la cala de Benirràs en Sant Joan, convertida a su pesar en un parque temático de los tópicos del hippismo que se fue para dar paso hoy a una turba armada con paloselfies con una misión: dejar constancia en las redes sociales de un acontecimiento sin parangón... una puesta de sol. La de Benirràs, disfruta ya de algo así como una denominación de origen, como la de ses Variades en Sant Antoni.

Insensible como soy, no encuentro diferencias sustanciales entre los ocasos del mundo, pero claro, yo no soy cool ni tengo Instagram que llevarme a los morritos. Con tanto calificativo rimbombante, no es de extrañar que muchos, al llegar hasta el lugar y comprobar que su coche es uno más entre mil y que en la playa no hay un grano de arena sobre el que posarse (llegan a concentrarse allí hasta 3.000 personas) no puedan ocultar su decepción. «Pensaba que era una fiesta bucólica, en plan cala desierta», se lamentaba una turista vasca en un revelador reportaje de este diario firmado por Joan Lluís Ferrer. La «magia» incluye los tres euros que cuesta aparcar (con suerte) en un solar polvoriento, el sonsonete inevitable de los vendedores ambulantes (coconuuut, watermeeeellon, cervecitaaasss), los pisotones y codazos de otros turistas y precios más yuppys que hippys. Eso por no hablar del persistente tam-tam de los tambores, que destroza las neuronas que aún resisten después de días de sol inclemente, alcohol de garrafa y música a todo trapo.

Dentro de unos días se cumplirán seis años del gran incendió que arrasó Benirrás y que se inició en una cueva habitada por una mujer. Pensaba yo en mi inocencia que, a raíz de aquel desastre ecológico en el que tuvieron que ser evacuados por tierra y mar 1.500 asustados fiesteros, se habrían incrementado las medidas de seguridad. Pero a pachorra, a los ibicencos no nos gana nadie. El mismísimo alcalde de Sant Joan, Antoni Marí ´Carraca´, desconoce por qué dejó de funcionar el servicio de autobuses que impedía la congestión de tráfico y admite que no hay suficientes agentes de policía local para garantizar la seguridad. No se me ocurriría tildar de negligente al primer edil. Seguro que anda ocupadísimo con los muchos asuntos de vital importancia que tiene entre manos como... estooo... mmm... Vamos, que anda en un sinvivir. Por eso no ha reparado en que algunos de los domingueros que se reúnen en Benirràs encienden fuego (prohibidísimo) y lanzan con alegría y alborozo fuegos artificiales. Si una chispa prende en los pinos, ¿quién será el culpable: el descerebrado que enciende la hoguera o los responsables políticos que no obligan a que se cumpla la ley?

El islote de es Cap Bernat, frente a Benirràs, es también conocido gracias al papanatismo imperante como ´el dedo de Dios´. Y juraría que es el dedo corazón el que, a modo de peineta, les muestra a esos hippyjos y a su «fluir de energía».