Hay tanta basura en las Pitiusas, que es imposible no tropezarse con ella en el mar, en las ciudades, en el monte o en los torrentes. Acostumbrados a que nos doren la píldora con esto de que Ibiza es muy bonita, nos negamos a mirar las toneladas de desechos que se acumulan en todas partes, excepto en las papeleras, en parte porque están siempre rebosantes y pringosas, dejadas de la mano del dios municipal.

Cuando enfocas la visión descubres con horror que Ibiza es fea y está hecha un desastre ya sin remedio, tanto en invierno como en verano. Es hermoso el paisaje en la distancia, es bonita la isla desde una foto aérea. Y en estas, que el ayuntamiento de Agustinet ha sacado su lado artístico y ha emprendido una campaña en las playas para despertar la conciencia de los visitantes. Esa conciencia, en Ibiza casi siempre con resaca.

La instalación artística consiste en dispersar por algunas zonas de la playa numerosas colillas, tetrabrics y objetos de plástico desahuciados... pero de gran tamaño. No son originales, esto ya lo hizo el arte pop, hasta el punto que a la vista de los cigarrillos pensé que solo faltaban las cerillas gigantes de Claes Oldenburg. El land-art es pionero en iniciativas que ceden el protagonismo a la Madre Tierra, hollada y desfigurada.

Ibiza fue tierra de creadores que diseñaban pinturas y esculturas, pero desde antes de la explosión de televisores y medios electrónicos. Venían marchantes de Gran Bretaña a comprar cientos de pinturas -como hizo el actor Vincent Price, entre otros- y fue la época dorada de Ibiza. Años 60 y años 70. A partir de ahí, como todo lo demás, el arte de Ibiza pareció disolverse en la marea de banalidad y espectáculo.

Veo que se anuncian rutilantes exposiciones en hoteles, restaurantes y salas efímeras. Pero tampoco aportan gran cosa. Que Julian Lennon o Paris Hilton expongan unas fotografías -sin quitarles mérito personal- tiene el mismo trazado que esta sala del Museo de Arte Contemporáneo reconvertida en tienda sofisticada de una marca comercial. Es el signo y el sino de los tiempos del espectáculo: banalidad, irrelevancia y globalización despersonalizada.

Al menos el pintor ibicenco Tur Costa ha abierto su estudio como expositor de sus fondos de arte y promotor de otras posibles iniciativas, un poco al modo de Eduard Micus. Estas ventanas al arte son un bálsamo en una isla que fue Babel, que fue un nido de creadores. Pero todo esto concluyó.