Los ingleses son muy insistentes, casi tanto como los nacionalistas que viven y cobran para esto específicamente: por insistir. Por pesados. Algunos ibicencos sabemos las décadas de esfuerzo por promocionar el nombre de Ibiza por todo el mundo. Una isla de paz, acogedora, silenciosa, muy natural -casi un paraíso hasta los años 70- accesible y repleta de isleños fenicios y unos miles de creadores refugiados en el campo. El nombre de Ibiza iba asociado a la creación, en la moda, en el arte, arquitectura y estilos de vida.

Precisamente, el momento culminante fue en los cinco primeros años de los 70, cuando los nombres de Clifford Irving y de Elmyr de Hory pusieron la isla en las portadas de los principales medios informativos de entonces. La trama tenía todos los elementos para triunfar: guapas actrices, cuernos civilizados, falsificación, estafa, mentiras y una isla exótica como trasfondo. Incluso las hermosas modelos adlib, por lo naturales, crearon marca en el mundillo del diseño.

Todo iba bien, pero algunos empresarios locales pensaron que la recaudación tenía que caer en sus bolsillos y empezaron a levantar compulsivamente hoteles como jaulas de conejos. Directamente sobre la arena, dentro de la misma playa. Que no se diga. Y este fue el principio del fin de Ibiza. Cayó en una vulgaridad burocrática -la autonomía solo supuso más burocratización y menos originalidad- pastosa y estéril.

Los ´hooligans´ se apropiaron de las calles de San Antonio. Los clubbers, más aseados y con la dentadura arreglada ocuparon playa den Bossa y la villa de Portmany. Aparecieron los santones de las drogas sintéticas. Un turismo anfetaminado rompió la barrera del sonido y del reloj. Todo se puede en Ibiza. Cualquier desfase es permitido. Llegaron algunos tiros y los tentáculos de las mafias. Y unos cuantos listos pensaron que el negocio era para ellos. Los ibicencos, sin capacidad de reacción, apenas hicieron nada, ni aún dejándoles sin playas, sin agua ni sin silencio para dormir.

Era justo el momento de envasar la insoportable realidad. Tenemos que grabarlo para la historia y para multiplicar el efecto llamada. Ya no bastaba con soportar seis meses de morralla y de tortura. En invierno la pasarían en las televisiones británicas. No importa el talento: robamos la música y llamamos dj´s a los cleptómanos y actores a los narcotizados en pleno éxtasis baboso. Así vinieron los shores, para pánico de los ibicencos. Acaba de llegar el último, un tal ´Geordie Shore´. Los políticos no saben qué hacer, pero esto les pasa con todo. Y mientras tanto, los british vampirizando esta Ibiza de borrachera, drogadicción y desfase. Todo un exitazo.