Treinta años inútiles, ha escrito Francisco Gilet, el consejero que aprobó la Ley de Normalización Lingüística (LNL) en 1986, con motivo de sus 30 años en ejercicio, siempre polémico. El gobierno de Cañellas maduró esta decisión para neutralizar una atmósfera asfixiante y esterilizante de la oposición. Dicen, y lo creo, que en aquel momento se pensaba en aplicar un bilingüismo flexible entre el español y el catalán, pero muy pronto se dieron cuenta de que el pancatalanismo político no va con medias tintas y su ambición exclusiva fue arrinconando el castellano de las escuelas, en un proceso que culminó en un Decreto de Mínimos, firmado años después. Por supuesto, las modalidades baleares (mallorquín, ibicenco y menorquín) quedaron relegadas desde el comienzo.

Han sido 30 años de despotismo lingüístico, ante los lamentos de un minoría que se ha atrevido -en voz baja y con sordina- a exigir el cumplimiento de las sentencias de los tribunales y siguiendo la pauta rebelde de Cataluña. En resumen, los niños de toda España tienen el derecho de poder elegir lengua vehicular y poder estudiar al menos al 50% en la lengua oficial de España y en la cooficial de la comunidad.

Esto no se ha conseguido. Incluso con la aplicación de la reciente Lomce o Ley Wert. Una ley insuficiente y muy recortada, mucho mejor que las anteriores conocidas, siempre del PSOE por cierto, el PP jamás ha podido aplicar sus proyectos de ley de educación en toda España. El único que consiguió imprimir cierto grado de sensatez, en mi opinión, fue Bauzá con la aplicación del TIL usando tres idiomas de base en las escuelas: español, catalán, inglés. Aun así, gran parte del profesorado y de los sindicatos docentes se opusieran con todas las armas posibles y las imposibles, demócratas o no. Por cierto, el Constitucional dictó sentencia: el TIL era legal y constitucional. A buenas horas mangas verdes. Yo suelo decir que el único defecto de Bauzá fue no soportar el tirón de los totalitarios, echados a la calle, manipulando menores de edad, vaciando las aulas y con mil artimañas más para dificultar la vida normal del alumnado y en suma, de la sociedad balear.

Nada que celebrar, escribió Gari Durán, y parece cierto. La celebración fue sobria y exenta de concurrencia. A los isleños nos cuesta mostrar los caninos y solemos responder con el desprecio del silencio y la lejanía. ¿Celebrar la persecución del idioma español y de las modalidades de Baleares, por mucho que estén en la Constitución y en el Estatut? En Cataluña tampoco consiguen entusiasmar, más bien lo contrario: la desafección de los alumnos que, al dejar las aulas usan otros idiomas, como explicaba de forma divertida Carlos Pastor, en el artículo ´Follar en catalán´: por muchos intentos de sustituir el español por el catalán no conseguirán que folle en catalán. Por mucho que se ha presionado a los alumnos en el patio y en los recreos, optan en general y libremente por usar otros idiomas que no son el catalán. Es un tema que me entristece, cuando pienso que el bilingüismo era una solución práctica, cordial y democrática. La inmersión es puro despotismo y un derroche inútil.