Al menos desde el año pasado vengo advirtiendo de la tormenta perfecta que se aproxima a Ibiza. Por fin vamos a experimentar otra experiencia que ya han vivido muchas veces en el mundo del rock de EE UU y de Gran Bretaña: el éxito puede llegar a ser letal. Hay que saber gestionarlo.

Para visualizarlo mejor nos han plantado una pancarta monstruosa que deyecta sus luces sobre la playa esquelética, ya sin arenas, pues hace años le han cegado los aportes de materiales sedimentarios al construir unas autovías y túneles demenciales. ´La mayor pantalla del mundo´, nos cuenta el promotor con aires de autosatisfacción, esperando que los ibicencos le aplaudamos el tejemaneje, como si fuéramos los vernáculos indios navajos que se maravillaban ante las bolitas de cristal sin valor con que les timaban los chamarileros que fueron al lejano Oeste. La playa d´en Bossa ya tiene la bolsa vacía de arena y aún perderá más antes de julio. Pero será toda la isla la que pagará los platos rotos por los políticos, esta ineptitud que hogaño será peligrosa para todos, pues Ibiza y Formentera serán insoportables. Aquí no habrá quien viva y si alguien lo consigue saldrá abollado.

Europa del este, la UE, Rusia emiten tantos turistas que los había desparramados por todo el Mediterráneo, pero como sabemos, la religión de paz y los intereses de algunos países alimentan una cadena de insurrecciones y de guerras abiertas que han conseguido el efecto buscado: desterrar el turismo como fuente de ingresos en gran parte de África y en la ribera mediterránea. Los que habían desertado de Ibiza, Canarias, Mallorca y la costa española vuelven implorando una habitación, aunque sea pagando el doble. En Ibiza no cabe ni un descarriado más, pero les seguimos prometiendo el paraíso con una pantalla gigante.

La situación real de las Pitiusas no es muy esperanzadora. Apenas queda agua para la población censada y la residencial. En Mallorca están igual. No sólo no hemos logrado una interconexión eficaz entre nuestras plantas desalinizadoras, sino que el líquido se pierde por el camino en unas instalaciones obsoletas y reventadas. Lo cual puede ser grave si en algún lugar propicio el agua consigue perforar y romper el equilibrio de tierras. Quiero decir que en cualquier lugar podemos pisar un socavón y ser tragados por la tierra, si no ahora mismo, en el futuro. Las aguas subterráneas trabajan en silencio y con mucha eficacia. Y sumado a esto, los acuíferos no aportan nada: apenas ha llovido para reponer el agua gastada en nuestra vida diaria. Acuíferos vacíos y asalitrados, sin lluvias y sin potencia desaladora: mal rollo. Todo lo demás ya lo saben, porque el Diario lo repite continuamente. Este verano será un extraño experimento sociológico que puede recordarnos que somos seres livianos y que en determinadas circunstancias, todos podemos acabar siendo refugiados. Súbitamente. ¿Y qué paso? Nada, que tuvimos un gran éxito.