En la misma isla que abatimos a tiros a docenas de cabras para proteger el medio ambiente, permitimos pantallas de televisión de 400 metros cuadrados y una altura de diez pisos junto al mar. Sa roqueta se abre hueco en el libro Guinness de los récords por este infumable mamotreto, ahora ya estrenado, que desde tierra y aire será tan visible como las murallas renacentistas.

El gurú de la innovación turística y presidente de la cadena hotelera promotora, Abel Matutes Juan, explicó en su panegírico inaugural los beneficios potenciales que el artilugio tendrá para la humanidad pitiusa: «Es para mí un honor presentar la pantalla cóncava más grande del mundo, que servirá para seguir expandiendo la marca Ibiza. Estoy convencido de que el gran avance tecnológico y la calidad de la imagen y los contenidos van a contribuir a que la marca Ibiza siga ascendiendo posiciones».

Pronunció estas palabras frente al establecimiento donde se ha instalado el artefacto, que, al igual que el 87% de la planta hotelera pitiusa, permanecerá cerrado a cal y canto durante la Semana Santa y hasta el 1 de mayo. En esta titánica tarea de la innovación constante y por el bien común, algunos empresarios hoteleros aluden con frecuencia a términos como ´desestacionalización´ y ´alargar la temporada´, para luego exigir a las autoridades, con firmeza y cierta indignación, que vengan más vuelos en invierno.

A veces incluso son los mismos que apuran hasta el último aliento de la temporada baja para abrir sus puertas, contratando a sus empleados por periodos cada vez más cortos. En este asunto, ¿dónde queda el bien común? Por suerte, no todos los hoteleros son así y otros (el 13% restante), a menudo mucho más modestos, afrontan grandes sacrificios para mantener sus negocios abiertos y que los turistas tengan donde alojarse y no morirse del aburrimiento.

Volviendo al cachivache tecnológico -de cuyas consecuencias ya alertamos al enterarnos de su instalación-, observamos que incluso partidos políticos de ideologías enfrentadas lo critican sin ambages. El GEN también pidió su retirada por la contaminación lumínica que producirá y ciertas irregularidades en la licencia de obras, que la promotora niega. Y, tras su puesta en marcha, también denuncian que incumple las ordenanzas de publicidad, ya que su tamaño, al parecer, es diez veces superior a la mayor valla permitida.

A estos aguafiestas de la modernidad dedicó una palabras el presidente de la empresa tecnológica que ha hecho posible la instalación, Antonio García, que afirmó que el aparato «no produce contaminación lumínica» y que, además, «es un ejemplo de tecnología sostenible y elegante».

Dudo que la palabra ´sostenibilidad´ pueda aparecer en una misma frase que incluya «dos millones de leds en marcha las 24 horas del día». A saber la cantidad de energía que hará falta para alimentarlo -y recordemos que en Ibiza la electricidad se genera con combustibles fósiles-. En cuanto a la «elegancia», desconozco el sentido estético del señor García, pero esta pantalla básicamente debería calificarse de aberración y contradicción con lo que tradicionalmente ha significado Ibiza. Y aún existe otro ángulo sobre el que nadie ha incidido: ¿Acaso no representa un peligro para la concentración de los conductores, que la divisarán desde kilómetros de distancia?

También llama la atención el parecido entre estas explicaciones y las que ha ofrecido Heineken, al anunciar que su desparrame ibicenco se celebrará en un espacio privado. La cervecera holandesa asegura en un comunicado que se siente «comprometida con el entorno social y medioambiental, así como con las comunidades en las que opera, consciente de que una gestión eficiente y sostenible contribuye en un impacto positivo en el entorno». Cuánta verborrea y cuánta cara dura.

Cada vez que se produce un disparate de esta índole, al populacho ibicenco se nos queda cara de tontos y nos preguntamos: ¿Por qué las instituciones no lo impiden? ¿Acaso estamos obligados a soportar el mal gusto y la tontuna de la gente?

La polémica relacionada con esta pantalla no debería de orientarse exclusivamente hacia cuestiones técnicas o licencias urbanísticas, sino hacia el sentido común, el modelo turístico y social que queremos y, sobre todo, hacia la pura estética. En Ibiza hace demasiado tiempo que la estética no importa, pese a que debería de ser trascendental puesto que se nos supone un paraíso. Y por último, subrayar que el armatoste ha costado la friolera de cinco millones. ¿En qué momento perdimos el norte?