Nos quedamos sin agua. Es un hecho. Hemos explotado los recursos de esta isla hasta quedarnos al mismo borde del colapso y, encima, no hay manera de que llueva lo suficiente ni aunque cante mi hermano. No tenemos ni para nuestros campos y los vecinos de Sant Jordi pueden describir bien las tribulaciones de vivir con un agua que, cuando llega, sólo sirve para estropear todo lo que toca, pero que cuesta como si quien tocara las cosas fuera el rey Midas. La presidenta balear, Francina Armengol, ya ha confesado, sin sonrojarse, que, ante la situación de sequía, la escasez de lluvia y la sobrexplotación de los acuíferos, no se puede garantizar el suministro de agua potable en todas las islas durante el próximo verano. Volved a leerlo, porque creo que no estamos convenientemente escandalizados ni preocupados por ello. Ni por las noticias sobre las fugas en la red de suministro ni las que nos cuentan los problemas de las desaladoras. ¿Por esto no vais a inundar de reivindicaciones las redes sociales ni a recoger firmas en el change.org?

Pues bien, no tenemos agua ni para garantizar nuestras propias necesidades, pero, eso sí, nos vamos a Fitur y a la ITB a cantar nuestras excelencias turísticas (cada vez menos excelentes), queremos recuperar 40.000 turistas alemanes y se anuncia ya que este verano se batirá otro récord millonario. Mientras Armengol nos avisa de que nos quedamos sin agua, el mismo partido al que ella pertenece, el PSOE, a la cabeza del gobierno pitiuso, apuesta por seguir llenando de gente una isla que ya no tiene agua ni para su propia subsistencia y que ya sufre el turismo como se sufre una plaga de langostas. Por cierto, ¿nos han contado ya cuánto nos hemos gastado en enviar a tanto ´representante´ a tanta feria?

Pues no entiendo este afán por saturar el terruño, la verdad. Me pregunto dónde diablos vamos a poner más langostas (perdón, turistas) si el año pasado, en temporada alta, ya hablábamos de cifras récord de ocupación ni me explico cómo les vamos a dar agua si no tenemos. No me salen las cuentas, y, como dice mi hermano, que de cantar no sabe un pimiento pero los números se le dan genial, de dónde no hay no se puede sacar y del cien por cien no tiene sentido pasar porque no es buena política comercial ofrecer lo que no se tiene.

Confieso que he llegado al punto en el que no logro comprender las tendencias suicidas (pulsión suicida lo llamamos los criminólogos) que imperan en la isla y que llevan como Plan A todos y cada uno de los gobiernos que han pasado por los sillones de cada una de nuestras instituciones. No lo entiendo. Igual el suicidio colectivo, en plan secta apocalíptica, está en el programa electoral de algún partido y yo no me he enterado. No comprendo que la sobreexplotación de los recursos sea una política legítima y que no sea por ello que se convoquen manifestaciones. No entiendo que no tengamos políticos capaces de ver que vamos al desastre de cabeza, que no se puede seguir construyendo y destruyendo, que las ilegalidades no se deben legalizar sino castigar y que con el turismo invasivo que tenemos no vivimos mejor. Y me pregunto, también, cómo creerán estos lumbreras que nos tocan en suerte en las instituciones que hemos acabado con el agua y si piensan adoptar alguna solución que no sea en realidad una absoluta estupidez. Igual están todos en el despacho de Vicent Torres bailando todas las noches como apaches, confiando en despertar a los espíritus de la lluvia, y aquí estoy yo criticando, desconfiada de mí, su política suicida.

Llegará julio y nos pedirán que ahorremos agua, pero no nos contarán que la hemos agotado por haber vendido la isla a los especuladores y por seguir permitiendo que unos cuantos sigan lucrándose a costa de nuestro bienestar; por seguir llenando la isla por llenar, como si el objetivo fuera explotar en fuegos artificiales de billetes de 500. No nos contarán que mientras en Sant Jordi no tenemos agua hay depredadores de temporada que cada día piden un camión de 10.000 litros para sus jardines de flores tropicales. Nos pedirán que ahorremos cuatro puñeteras gotas de agua mientras los hoteleros lavan a diario toneladas de toallas limpias, las duchas de todas las playas funcionan las 24 horas del día y seguimos llenando esta pobre isla de gente como si nos lo pudiéramos permitir.

Y los hoteleros (algunos, al menos), que son los que realmente quieren mandar aquí, pueden poner el grito en el cielo cada vez que alguien plantea la posibilidad de que dejemos de crecer y detengamos la invasión turística, y me pueden cantar misa en latín sobre las excelencias del turismo de masas y los beneficios de la ginebra en garrafa frente al agua sin gas, pero aún diré más; me horrorizan, me deprimen, me cabrean y me asquean a partes iguales las personas que tienen el dinero como un fin y no como un instrumento. Me repatean todas y cada una de las personas capaces de sacrificar el bienestar de todos, incluido el suyo y el de su familia, por unos cuantos billetes más en su cuenta. Hemos cambiado agua por oro, y el oro no se puede beber; que se lo pregunten sino al rey Midas y que me expliquen qué adjetivo podemos aplicar al padre que destruye la tierra en la que deberán vivir sus hijos.