Junto a la orilla del supuesto paraíso, los niños construyen castillos con arena y colillas. En Sant Antoni ya se han hartado y los chavales de segundo de primaria del colegio Can Coix, que hace unos días escenificaron un pleno municipal en el Ayuntamiento de la localidad, incluyeron la prohibición de fumar en las playas entre sus principales reivindicaciones. Los escolares casi nunca intervienen en política, así que conviene hacerles caso y trasladar, como mínimo, sus propuestas al verdadero debate.

Desde hace unos años y pese a la crisis económica, la afluencia de turistas ha crecido de manera exponencial, lo que se ha traducido en una presión insoportable para el territorio. Por el contrario, los medios destinados a cubrir los servicios y necesidades imprescindibles que exige tal densidad humana no sólo no se han incrementado en sintonía, sino que a veces incluso se han reducido.

Que los niños antepongan la exigencia de orillas sin cigarrillos frente a otras cuestiones únicamente significa que este asunto ha alcanzado proporciones de plaga.

Sólo los niños y los adultos que les acompañan revuelven sistemáticamente en la arena y se topan con la extrema suciedad que ésta acumula.

Sin embargo, cualquiera puede hacer la prueba el próximo verano. No hay cala pitiusa a salvo de maleducados y la escena del fumador que primero ahúma al vecino, sea niño o adulto, para luego enterrar en la arena los restos del cigarrillo, es una lamentable constante. Aquella Ibiza bucólica en la que jugábamos a encontrar conchas donde ahora únicamente aparecen filtros queda muy lejos.

El asunto de las colillas representa, además, otro síntoma de una realidad de la que se habla muy poco, pese a ser un elemento decisivo en la imagen que los viajeros se llevan de la isla: el estado de las playas.

Algunos insistimos desde hace tiempo en la sobreexplotación de la costa, con concesiones de hamacas a menudo disparatadas que no se solucionan con reducciones ínfimas, vertidos infames y música a todo trapo en los beach clubs.

Pero la suciedad extrema es un hecho incluso más grave en muchas calas. Las hay que, cuando llega el mediodía, ya parecen el escenario de un botellón, con basura que se acumula por todas partes y papeleras rebosantes, con montículos de plástico a los pies.

Y nadie le pone remedio hasta que concluye la jornada. Con tanta suciedad acumulada cualquier atisbo de paraíso, por impactante que resulte la gama de azules del mar, queda mitigado por completo.

Como gestor de un portal de información turística, puedo acreditar que el goteo de comentarios negativos sobre el estado de las playas es constante y procede de ciudadanos de todas las nacionalidades. Antaño, la publicación de una imagen atractiva de alguna cala pitiusa siempre suscitaba opiniones elogiosas.

Hoy la misma fotografía a veces genera una cascada de críticas negativas que aluden a la suciedad y a la sobreexplotación. Y lo peor es que por cada temporada que pasa, este tipo de opiniones se multiplica. Establecer mejores y más frecuentes servicios de limpieza constituye una cuestión ineludible y urgente. No sólo por imagen turística, sino también para defender nuestra calidad de vida y seguir considerado esta tierra como un enclave especial y único.

En este asunto de las colillas, cabe recordar la iniciativa ´Playas sin humos´ que se aprobó a finales del año pasado en el Ayuntamiento de Santa Eulària con la unanimidad de todas las fuerzas políticas. Gracias a ella, la costa urbana de la villa se convertirá en la primera playa de Balears y una de las pocas del país en la que, mediante elementos informativos, se demandará a los bañistas que no fumen. Es una acción pionera y positiva, pero claramente insuficiente. La falta de civismo de la gente supera toda campaña de concienciación.

Hay que apoyar, en definitiva, la moción de los escolares de Can Coix. Que el tabaco se declare prohibido en las playas o, como mínimo, se acoten zonas de fumadores alejadas de la orilla, donde únicamente se molesten a sí mismos y no contaminen.

@xescuprats