Lo tenemos bastante asumido los que de alguna manera trabajamos de cara a la gente en un mercado libre: cuando la prudencia aconseja ofrecer cambios y mejoras no queda más remedio que renovarse o morir. Remodelarse o desaparecer del mercado turístico. En esto, los empresarios turcos (o en Turquía) nos dieron un buen susto, al menos durante los primeros diez años del siglo XXI. Sus instalaciones flamantes y con la experiencia acumulada en otros puntos mediterráneos eran casi imbatibles, porque además la moneda turca funciona en otro universo. Muy complicado competir con ellos.

Súbitamente, en diciembre de 2010 los países musulmanes ribereños y aun los más alejados se adentraron en una dinámica de insurrecciones, apoyadas desde el exterior o no, que les ha llevado al precipicio. Al fondo del barranco y con pocas opciones de salida del infierno, que algunos incluso han calificado como escalada para la tercera guerra mundial. Y aquí están y aquí estamos. Hay decenas de millones de turistas europeos, rusos y también árabes que se han visto obligados a reinventarse un destino turístico. Funcionó Egipto, también lo hizo Turquía, pero señores, este sueño ha terminado. Ha terminado mal. Ambos colosos han caído en desgracia para el turismo. Las penas de uno pueden ser la fortuna del otro. Así ha sido y sigue siendo desde la temporada 2011: los hoteleros de Baleares han gozado de unas ocupaciones fantásticas (de fantasía inimaginable), se ha vuelto a hablar del overbooking, de una potente economía sumergida en el mercado negro de alquileres de inmuebles, barcos, coches. Baleares lleva cinco temporadas con altos ingresos y con altísimas contrataciones.

Ello explica otro fenómeno de alto alcance: las remodelaciones y las reformas de la planta hotelera. El fenómeno hubiera sido impensable en 2009, por ejemplo, cuando una temporada agónica sumió a los empresarios baleáricos en una depresión insalvable. Dirigían sus inversiones al Caribe o a otros sitios, evitando pérdidas de tiempo con la crisis y con la política restrictiva del segundo Pacto de Progreso.

A partir de 2011 ambos factores dan un giro de 180º y el Partido Popular se dedicó a fondo a su deporte favorito: liberalizar, permitir y fomentar el crecimiento con una Ley Turística permisiva, bajo la cual se amparan en 2015 los hoteleros para solicitar licencias de reforma y de remodelación. Paralelamente los clientes trasvasados de Túnez, Marruecos, Argelia, Grecia, etc. comenzaron a llover sobre nuestro archipiélago. El proceso no ha amainado sino todo lo contrario, ahora se añaden los turistas huidos de Egipto, Turquía, Jordania, Siria, etc. Cuando hay dinero todo son alegrías, pero no olvidemos que vivimos gracias a un milagro macabro y terrorífico. Aprovechar esta coyuntura favorable me parece irreprochable y muy oportuno, ofrece muchos miles de puestos de trabajo durante el invierno y renovamos la planta hotelera balear, ya muy desvencijada y en gran parte obsoleta.