En diciembre de 1987, 4.000 franceses en un extremo y 4.000 británicos al otro, emprendieron la titánica labor de excavar un túnel de 34 kilómetros de longitud que enlazara sus países bajo el Canal de La Mancha. Se iniciaba la obra submarina más ambiciosa de la historia de la humanidad, con una inversión de 15.000 millones de euros. Para hacerla realidad fue necesario establecer una colaboración estrecha y continuada entre las administraciones de dos países antagónicos, así como superar inundaciones imprevistas y toda clase de retos inesperados. Pese a todo, el Eurotúnel se inauguró el 6 de mayo de 1994, un año antes de que expirara el plazo previsto.

Ingenieros y funcionarios fueron capaces de realizar tamaña proeza en menos del equivalente a dos legislaturas. En Ibiza, sin embargo, nos tomamos la vida con más calma. Sant Josep, por ejemplo, lleva una década tramitando la aprobación de unas nuevas normas subsidiarias que regulen y modernicen el urbanismo en el municipio. Es una cuestión de puro papeleo, sin necesidad de poner ladrillos ni atravesar mares bajo tierra. Sin embargo, muchos vecinos se encuentran paralizados ante esta situación y afrontan la moratoria correspondiente con el hastío de quien, tras escuchar años de palabrería política, ya ha renunciado a luchar contra los molinos de viento de una burocracia infinita.

En su primera legislatura como alcalde, el socialista Josep Marí Ribas, Agustinet, manifestó sentirse capaz de aprobar este marco legal antes de las siguientes elecciones. Sus buenas intenciones, sin embargo, se dieron de bruces con el monstruo burocrático. La ralentización de las nuevas normas subsidiarias acabó siendo el arma arrojadiza de los mítines electorales. Agustinet ganó los comicios pero quedó en minoría.

Al poco de iniciarse la legislatura, la popular Neus Marí le arrebató el mando mediante moción de censura, en connivencia con unos aliados inverosímiles, y se comprometió a conquistar la proeza en la que había fracasado su predecesor. Sin embargo, como era previsible, quiso ajustar las líneas de los planos del urbanismo municipal a su conveniencia política y acabó partiendo prácticamente de cero: nuevas exposiciones públicas, periodos de alegaciones, etcétera.

Cuando el PP logró concluir su parte, se encontró con el mismo engendro que los socialistas: Consell, Govern balear y ministerios de Madrid, competentes para cotejar y rectificar determinados aspectos de estas normas, se lo tomaron con inusitada calma. Los dirigentes de estas instituciones, aunque fueran del mismo partido, respondían a su propia agenda. De nuevo llegaron las elecciones y la casa sin barrer.

Ahora, el alcalde regresado nos cuenta que todo este trámite farragoso e indigesto se ha quedado obsoleto. A Sant Josep ya no le valen unas normas subsidiarias, sino que por población y dimensiones requiere de un Plan General de Ordenación Urbana. Tirando de símil gastronómico, viene a ser como pasar de preparar un gazpacho a elaborar un plato deconstruido con técnicas de cocina molecular.

El ánimo de los afectados, como no podía ser de otra manera, anda por los suelos, sobre todo después de que el gobierno municipal haya reconocido que en esta legislatura no estará terminado. Vistos los antecedentes, no hace falta ser Nostradamus para predecir que es más que probable que tampoco se concluya en la siguiente, sobre todo si hay cambio de partido en el gobierno. En consecuencia, podríamos plantarnos en el 2023 en la misma situación que estábamos al principio de esta pesadilla.

Los políticos del municipio tienen que comprender que la paciencia de los afectados hace tiempo que ha superado el límite. Gobierno y oposición deben responder a la desazón ciudadana con un esfuerzo adicional que acelere al máximo la aprobación del Plan General de Ordenación Urbana; que impida que un cambio de legislatura vuelva a derrumbar el frágil castillo de naipes sobre el que se sustenta todo el proceso.

Dejen de lado, por una vez, las diferencias políticas y las rencillas personales. Negocien el tiempo que haga falta y alcancen un acuerdo al menos entre las dos fuerzas mayoritarias. Si tras tantas vueltas, los ciudadanos volvemos a encontrarnos ante la modificación de la modificación de la modificación de las normas, además de sentirnos atrapados en una película de los hermanos Marx, sabremos que nos han tomado el pelo a conciencia.