Comprendo que los ibicencos vivan esta sudorosa avalancha de gente con innegable confusión, por mucho que estuviéramos avisados y supiéramos de antemano el alcance de lo que se nos venía encima.

El fenicio iba a redactar estas notitas fenicias, cuando lee la portada del Diario de Ibiza digital: encuentran una patera en una cala de San José. Vacía. Hasta los moros sin papeles se apuntan a Ibiza en pleno agosto. Ya es el colmo, nunca mejor dicho.

«La irrupción de lanchas que se saltan el sistema de vigilancia marítima SIVE no es habitual. La criba es eficaz, pero no es perfecta», escribí en mi artículo del 4 de julio, donde comentaba la remota posibilidad factible de que entraran a Ibiza lobos solitarios con aviesas intenciones, en analogía sangrienta con los hechos de Túnez.

Que lleguen pateras con 8 o 12 personas presumiblemente argelinas es una posibilidad real. Lo he contado muchas veces. De Ibiza a Argelia hay una distancia abordable, como saben muchos ibicencos que a partir de 1939 o antes huyeron de la guerra civil de Ibiza para refugiarse en África, donde algunas docenas rehicieron su vida, en la Argelia francesa. Ahora las cosas han cambiado y son los magrebíes quienes buscan cualquier forma posible de huir de los estados fallidos musulmanes.

El acontecimiento pone en evidencia a todo el mundo: a estos mismos estados bajo la férrea e ineficaz mano del Islam, que no consiguen articularse como una sociedad capaz de generar sus propios medios de supervivencia, ya no digamos una cierta libertad. Han fracasado en su casa y muchos de ellos vienen a Europa con la obsesión de exportarnos su fanatismo, su estéril y enfermiza incapacidad para organizarse en una sociedad moderna, donde quepan todos.

Pero estas pateras ponen también en evidencia el sistema imperfecto de vigilancia marítima que tantos millones nos cuesta a los contribuyentes españoles. El SIVE falla tanto o más que una escopeta de feria.

Y finalmente pone en evidencia el sistema de seguridad, obsoleto o insuficiente de nuestra Ibiza, que cada año sufre una difícil prueba, lo admito. Lo dije en mayo: necesitamos ayuda. Pero nadie escucha, ni en Mallorca ni en Madrid.

Solo nos queda mantener el coco frío y los pies calientes, no convertir esta diabólica mecánica en ofuscación. Y sí, seguimos necesitando ayuda urgente.