Formentera multiplica su población por cuatro durante los tres meses álgidos, pero álgido no en su primera acepción de la RAE (muy frío), sino en la tercera, dícese del momento crítico o culminante de algo. Eso, el momento crítico es cuando la isla se ve colapsada en una marea de humos y de gasolina que cubre las cortas rutas en forma de serpiente ondulante. Momento culminante de la temporada, cuando las dunas, las arenas y las costas están literalmente tomadas por vehículos y los litorales por las lanchas, barcas y yates que incumplen las más elementales normas de cortesía o de preservación ecológica.

Los que hemos conocido Formentera con 2.000 habitantes, no nos sorprendemos del agobio que afecta a los isleños, hasta hace poco unos 7.000, pero que ya han pasado de los 12.000 censados. Para hacernos una idea, pensemos que Ibiza tienen 572 km2, por 80 Formentera. Dato importante. Si multiplicamos los 150.000 empadronados en Ibiza, nos encontraríamos con 600.000 habitantes. La densidad de Formentera es alarmante, así que la desproporción es evidente. Es fácil entender que en un espacio limitado como Formentera, la sensación de ratonera es muy palpable e irritante.

Una vez sabido y aceptado este hecho, aún entendiendo los deseos restrictivos de Silvia Tur Ribas y de otros políticos locales que se manifiestan, debo sugerir moderación, paciencia y reflexión. Estoy de acuerdo en que se ha terminado lo del eslogan del 'último paraíso' (por cierto ¿adivinan quién lo inventó o popularizó?) y que Formentera ya no es paraíso y en caso de haberlo sido no hubiera sido el único ni el último.

Pero en los años ochenta me pareció importante realzar en mis escritos la naturaleza y la belleza de la isla, frente a la masificación balear y peninsular. Formentera ya ha sido campo de prisioneros (no de concentración, como dicen algunos erróneamente), ya ha sido base estancada de hidroaviones, ya ha sido un universo cerrado por la dureza de las condiciones naturales. No se debe regresar a esto. Cuidado o el daño que se puede inferir al turismo puede ser irreparable. La solución me parece más efectiva contemplada desde el prisma libertario y liberal. Quiero decir, prohibido prohibir. El mercado regulará con sus altos precios de verano a muchos miles de turistas que preferirán los meses de temporada baja (repito, más baratos).

En los vehículos lo mismo: ellos mismos ya llevan matrícula y otras numeraciones y con una rapidez pasmosa se pueden pasar por el lector del código de barras las tarjetas que habrán obtenido al comprar el billete. Exentos los residentes. Quien quiera ir a Formentera con su vehículo lo repensará. Cualquier idea es válida siempre que no perdamos áreas de libertad como ciudadanos, aunque para ello se tenga que promocionar un paraíso a dos velocidades, o sea, a dos precios, o sea, a dos estaciones: verano e invierno. En último extremo, ambas Pitiusas sufren el mismo cáncer y podemos pensar juntos lo que ya sufrimos conjuntamente.