no de los retos fundamentales de los últimos años, en realidad el principal, es la generación de empleo que permita atajar la lacra del paro y recuperar nuestra sociedad, activando la rueda que genera riqueza y bienestar compartido, y que garantiza la viabilidad de un Estado del bienestar que tanto esfuerzo costó construir y tan complicado resulta mantener en medio de la crisis.

En el caso de Ibiza y Formentera, la gran crisis se vio muy atenuada y afectó exclusivamente al sector de la construcción y sus actividades asociadas, con su dramática secuela de desempleo, pero el sector turístico no solamente resistió bien sino que ha experimentado en estos años una progresión espectacular gracias a la capacidad del empresariado pitiuso para modernizar su oferta y relanzar la marca ´Ibiza´ con nuevas propuestas. Que la avalancha turística desbordante amenace con romper muchas costuras en la isla es un problema de gestión interna que no desmiente el éxito arrollador de Ibiza.

También en el resto de Balears la situación lleva algún tiempo recuperándose, gracias a una concatenación de hechos internacionales que benefician a nuestro mercado mientras destrozan a otros que crecían como alternativa.

Sin embargo hay que ser muy conscientes de la fragilidad del negocio turístico, columna vertebral de nuestra economía y del conjunto de nuestra sociedad, y aprender de los problemas ajenos para poner los diques que impidan dramas similares. Algunas complicaciones recientes, como la amenaza de las prospecciones petrolíferas, deben servir para estar en alerta permanente si queremos que perviva una calidad de vida que parecía irreal hace bien poco.

Las Pitiusas, y las Balears en su conjunto, pese a los latigazos de la crisis económica y a las indiscutibles dificultades por las que pasan miles de ciudadanos, siguen siendo un lugar con buenas perspectivas de futuro. Los datos de la actividad económica son inapelables, y aunque será imprescindible pelear con tesón para mejorar la calidad del empleo y las condiciones de trabajo, lo cierto es que en nuestro horizonte hay menos incertidumbres que en otros lugares de España, por mucho que el coste de la vida sea aquí tremendamente alto y padezcamos una injusta financiación estatal que crea desequilibrios inaceptables respecto a otras comunidades.

Pero todo el complejo engranaje de nuestra estructura económica, laboral y social precisa de una inteligencia en su dirección que no es compatible con estilos de gobierno orientados por una mezcla preocupante de prejuicios y revanchismo. Acabamos de vivir las nefastas consecuencias de una forma de gobernar autista y dogmática y sería lamentable que el futuro no estuviese orientado por la sensatez, el diálogo y el equilibrio.

Hay gestos del nuevo Govern, los consells insulares o algunos ayuntamientos que parecen orientados por el interés en recuperar la normalidad social, pero hay otros que resultan preocupantes porque insinúan decisiones que pueden cercenar la actividad económica, con la consiguiente repercusión negativa en áreas inevitablemente vinculadas a ella, que son casi todas. Aunque hayamos padecido acciones políticas sectoriales cargadas de sectarismo y de una tremenda falta de inteligencia y de visión de futuro, sería un error pasar factura porque, inevitablemente, pagarían justos por pecadores, y entre los justos está buena parte de los ciudadanos.

Los nuevos gobernantes no pueden poner piedras en el camino de la recuperación económica adoptando decisiones que frenen o compliquen la actividad empresarial en sectores vitales para la generación de empleo. Los mensajes, en algún caso lindantes con las amenazas, sobre la posibilidad de paralizar grandes inversiones en marcha, recuerdan desgraciadamente a etapas anteriores en las que gestores cargados de prejuicios dañaron gravemente a nuestra economía con sus políticas en contra de las inversiones y el crecimiento, que solo sirvieron para impedir o retrasar la generación de empleo y riqueza. Si queremos un verdadero Estado del bienestar, con sanidad y enseñanza públicas de calidad, entre otras muchas cuestiones, es imprescindible una actividad empresarial que aporte importantes ingresos al erario.

La actividad hotelera de calidad está sirviendo para crear empleo y permite rehabilitar y modernizar la planta hotelera obsoleta. Pero al parecer hay quien añora la marginalidad y la degradación. Los mismos que critican el turismo de masas, también censuran el que apuesta por la calidad. Es obvio que hay que estar vigilantes para que no se cometan abusos, para que no se privatice el espacio público y se cumpla la normativa legal, especialmente en lo que respecta a horarios y ruido; es preciso también hacer compatible la industria del ocio con la vida cotidiana y los derechos de los residentes, pero hay que regular y ordenar sin cercenar la actividad generadora de riqueza y empleo.

Es tiempo de mejorar la oferta, no de ponerle cortapisas o prohibiciones desde una subjetividad que los ciudadanos acabarán juzgando. La exigencia de calidad, el desarrollo de una industria del ocio innovadora y sostenible, la apuesta por todos los emprendedores, es perfectamente compatible con el respaldo y la colaboración con quienes lideran con fuerza una trama empresarial y económica vital para que las Pitiusas y las Balears sigan creciendo en desarrollo económico, trabajo y calidad de vida.