Es una palabra muy fea. Cierto. Pero ya es hora de que llamemos a las cosas por su nombre. Nepotismo es un término que los políticos evitan porque además de feo implica corrupción. Es una forma más o menos suave de corruptela con la que, en realidad, empiezan muchas otras. Porque se comienza enchufando a un amigo en un ayuntamiento y se acaba firmando permisos avalados por sobres. La falta de valores y de moral tiende a cimentar un patrón de conducta. Nepotismo es enchufar a un amigo o a un familiar para un cargo público sin tener en cuenta si tiene el perfil y los méritos adecuados para ocupar ese puesto. Independientemente de esos méritos. Y nepotismo puede ser también crear más cargos de confianza de los necesarios para que las personas a los que los partidos deben favores o que no han conseguido entrar con las listas votadas puedan colarse en las instituciones. Es decir, es lo que están haciendo el Ayuntamiento de Vila o el Consell de Ibiza.

El Ayuntamiento ha recuperado sin explicaciones un cargo de confianza que se inventó la exalcaldesa Marienna Sánchez-Jáuregui para una amiga, y que ya se demostró que era innecesario y solapaba funciones de otro cargo de confianza, y el Consell tendrá hasta 13 cargos de confianza, 7 de ellos direcciones insulares que no existían y que cualquiera puede empezar a preguntarse a qué se dedicarán exactamente, que esto no deja de ser un Consell para cinco pueblos, no las Naciones Unidas. ¿No estáis todos muy hartos de tener que pagar con vuestro dinero los favores que deben los partidos? Digo yo que si PSOE, Guanyem o Podemos deben favores, deberían pagarlos ellos; o sea, que los contraten los partidos, al menos, pero no la institución. Con nuestro dinero ni se pagan favores ni se contratan amigos, y, si se hace, deberíamos poder llamarlo corrupción sin tapujos ni eufemismos.

Esta versión del nepotismo aún tiene una circunstancia agravante, y es que nos cuesta más dinero a los ciudadanos. No es lo mismo colocar a tu cuñado inútil en un puesto que ya está creado, y que se va a ocupar de todas formas, que inventarse nuevos cargos, llámalo direcciones insulares, para que tus amiguetes y tus compis de banda cobren del erario público. Independientemente de sus méritos, insisto, no vaya a ser que alguien crea que estoy diciendo que encima contratan a una panda de ineptos. Y ahora me dirán eso de que esto es perfectamente legal. Sí, bueno, tal vez, pero debe preocuparnos lo que es moral y éticamente aceptable, y a todos estos nuevos políticos que se llaman de izquierdas también debería preocuparles.

¿Es moralmente tolerable que una alianza de partidos de izquierdas que llega al Consell con la promesa de austeridad, moderación e integridad cree tantos puestos de confianza que, en la práctica, nos va a costar más dinero que lo que nos costaba el equipo del PP? «Un pelín más caro», ha declarado la vicepresidenta, que es de Podemos, por cierto, porque sin cargo no ser de la casta va de un euro más o un euro menos y cuando se ostenta sillón en la Casa Grande los millones son nimiedades y te los cuenta un funcionario. Y es que lo peor de todo esto, en definitiva, es que si se ha echado al Partido Popular de tantas instituciones ha sido para dar la oportunidad a otros y, sobre todo, para abrir la puerta a un nuevo estilo de hacer política. Pero resulta que lo primero que hacen los nuevos es preocuparse de colocar a los suyos. Pues vaya novedad. Esta forma de política ya la conocíamos. Tenemos claro que esto no se llama ni integridad ni moderación ni austeridad; ahora tendremos que ir redefiniendo el concepto ´casta´.