Una de las tareas urgentes que deberán afrontar los nuevos gobiernos municipales y el Consell será poner, de una vez por todas, orden en las playas. Visto el descaro de determinados organizadores de eventos y ciertos empresarios, que las consideran un coto privado, no queda otra que exigir el cumplimiento escrupuloso de la normativa y, si es necesario, su endurecimiento. Lo que haga falta para evitar abusos y tomaduras de pelo como la fiesta de la empresa Heineken en s´Estanyol hace diez días o la boda privada que clausuró Cala Gracioneta hace quince días.

Del atropello portmanyí resulta especialmente sintomático cómo se la trajo al pairo a los promotores la posible reacción de las autoridades, pues ni siquiera pidieron autorización. Y ello pese a que el verano pasado, tras las airadas protestas de los ciudadanos, la Policía Local interpuso varias denuncias a toro pasado, que imaginamos seguirán durmiendo el sueño de los justos en algún cajón del consistorio.

Este año se ha vuelto a cerrar Cala Gracioneta a los bañistas y tuvimos que enterarnos por la carta de una vecina en Diario de Ibiza, que se topó con el pastel y tuvo que dar media vuelta. Eso sí, con un vale descuento del 10% para degustar otro día la oferta gastronómica del chiringuito donde se celebraba el convite. Hay hosteleros con la cara más dura que el hormigón armado.

La siguiente ocupación playera aún ha traído más cola. Tuvo lugar el 6 se junio, con motivo de la final de Champions que ganó el Barcelona. La playa de s´Estanyol fue literalmente tomada por una empresa afincada en la isla -Ibizaevents-, que llenó la orilla de barras y mobiliario e incluso desplegó en el agua una enorme infraestructura que sostenía una pantalla gigante y un extenso pantalán que se prolongaba hasta la mitad de la bahía.

La fiesta incluyó una lluvia de tiras de papel y confeti plastificado, que días después seguían contaminando el mar.

El partido Gent per Eivissa ha denunciado los hechos ante la Demarcación de Costas, pero me atrevería a aventurar que, como es habitual, esperarán a que amaine la tormenta y la archivarán sin mayores dificultades. En Ibiza no existe institución más opaca.

Lo grave es que en Cala Gracioneta y s´Estanyol llueve sobre mojado, por lo que no hay excusas que valgan. El conjunto de las instituciones ibicencas ha actuado con tanta permisividad, dejadez y falta de rigor que realmente nos hemos quedado anonadados y con la percepción de que o hay gato encerrado o nuestras instituciones alcanzan las cotas más elevadas de incompetencia.

¿Cómo se entiende que el Consell autorizara el festival cervecero por su «interés público»? ¿Es que Ibiza necesita más promoción de alcohol y desmadre? Tras las críticas, los políticos se defienden afirmando que no actuaron por falta de denuncias, cuando su obligación era vigilar un macrofestival multitudinario, en una cala apartada y de difícil acceso.

Se escudan en argumentos tan peregrinos y absurdos que no se sostienen. Para mayor recochineo, las instituciones que autorizaron el desaguisado de s´Estanyol confirman que no recaudaron un céntimo por cesión de espacio público.

¿Se imaginan que ciudades como Madrid o Barcelona accedieran a montajes de semejante calibre en el Parque del Retiro o en la playa de la Barceloneta gratis, sin exigir fianzas ni seguros por posibles daños? Somos originales hasta en la manga ancha.

Ambas polémicas, sin embargo, constituyen simples metáforas del descontrol que reina en las playas ibicencas. Algunas han sido tomadas por una marea de hamacas e inmensas camas balinesas -que, a veces, de forma descarada, superan los cupos establecidos por los ayuntamientos-, y por insoportables cascadas de decibelios a los que nadie pone freno.

Nuestro derecho a disfrutar del territorio público es pisoteado sistemáticamente por los intereses de unos pocos, ante la indiferencia de las instituciones, que no ejercen el control al que están obligadas. Algo tiene que cambiar.