Comienza la temporada alta de bodas. Vuelta a la matraca del dress code blanco, a las ceremonias de chamanes frente a es Vedrà, a los concejales en funciones (¡qué romántico!) casando en salas de plenos, a los menús de ´Aire de langostino y suspiro de sushi sobre recuerdo de patata´. Eso que llaman hoy ´boda ibicenca´. Pero ¿desde cuándo es eso una boda ibicenca? Me voy a convertir en organizadora de auténticas bodas ibicencas para guiris. Lo llamaré Extreme Ibizan Wedding Experience. Comenzará en una iglesia, como Dios manda, y oficiada por un cura, faltaría más, mientras la muchachada se atiza gintonics en el bar. Después de sepultar en arroz a los novios embarcaré a todo el personal al Gala Night, donde les serviré sofrit pagès a gogó con su cordero, su pollo, su sobrasada, su butifarra y sus patatons. Y ahí, cuando las chicas estén a punto de reventar sus vestidos de Just Cavalli, ¡zas!, les servimos el segundo, paella king size. ¡OMG! Entonces llegará la tarta nupcial coronada por unos novios de plástico feos, como ha sido toda la vida, seguida de una montaña de orelletes que los camareros sacarán a lo Ferrero Rocher mientras aúllan: ´¡Little ears!´, ´¡les petites oreilles!´. Barra libre de cubatas de Larios y Brugal, farias a discreción, conga de Jalisco y baile con música del Spotify, que también sabemos ser modernos. Una auténtica boda ibicenca.