Los partidos políticos que tienen intención de concurrir a las próximas elecciones municipales y autonómicas se las están viendo y deseando para completar listas. Tanto que dudo que algunos lleguen al plazo del 15 de abril que tienen como límite sin que, en el último momento, tengan que poner al hámster, al gato y al perro en las últimas posiciones del elenco al Ayuntamiento de Vila, sin ir más lejos (lo cual, visto lo visto, igual no sería mal plan).

Completar las listas no es fácil, desde luego, sobre todo cuando hay casi una veintena de partidos disputándose un pedazo del pastel y en un momento en el que dedicarse a la política es como tocar el piano en un burdel gay, o sea, que no está muy bien visto y no queda muy fino en el currículum. Hay que ser un valiente. El caso es que llenar listas en Ibiza tiene un hándicap añadido a los ya mencionados y definirlo es ya meterse en temas criminológicos, porque aquello de lo que estoy hablando viene a ser una técnica mafiosa como otra cualquiera, muy simple y al mismo tiempo efectiva.

Es la política del miedo, la táctica de la amenaza, el chantaje y la extorsión que llegan con el eufemismo de la advertencia. Es aquello que los políticos que ahora buscan personas válidas para meter en sus listas están descubriendo al tantear a posibles candidatos pueblo a pueblo. Y se concreta cuando alguien les explica que no puede ir en sus listas no porque no crea en su proyecto sino porque, de hacerlo, quizás su empresa ya no pueda seguir trabajando en la isla, quizás él deje de tener trabajo o tal vez alguien venga a recordarle que le debe algún favor. Para entendernos mejor: es la táctica que usan ciertos personajes afines a ciertos partidos -preferentemente esos que llamamos grandes y tradicionales- para ejercer el dominio antiguo del oligarca sobre el pueblo.

Son esos mafiosillos de toda la vida que sueltan cosas como «si te posicionas con ese partido, el Ayuntamiento no volverá a contratar a tu empresa», «vas a perder la concesión de la que disfrutas» o, empezando por el mandato del voto, «aquí tienes tu papeleta; haz lo que tienes que hacer».

Y la coacción funciona, sobre todo, porque se ejerce sobre una sociedad susceptible a ella. En realidad, vete a saber si los remedos de hampones que la usan tienen de verdad el poder para cumplir ciertas amenazas. Probablemente no. Romper la cuerda del miedo al cacique es una necesidad acuciante en Ibiza para poder avanzar. El mafioso de boina, tan siciliano y tan pitiuso, que ya no fuma puros porque se lo ha prohibido el médico, es una rémora que suena anticuada y su poder sólo lo fomenta ya una leyenda.

A algunos monstruos sólo los alimenta el miedo. Sin él son poca cosa. Más allá de él no tienen nada. Sus sombras son largas, o más bien anchas, pero las sombras son sólo sombras. Y tener miedo a las sombras es como tenerlo a los monstruos del armario, porque nadie es tan poderoso como quiere hacernos creer y porque, en ocasiones, la mejor forma de protegerse es abrir las puertas a la luz del sol para que las sombras se desvanezcan. Es decir, denunciar públicamente las amenazas y las coacciones, o simplemente eludirlas, a veces te hace fuerte e intocable. Ibiza es para los valientes.