Todo el proyecto del puerto de Ibiza se resume de la siguiente manera: la Autoridad Portuaria de Balears ha decidido arrebatar el puerto de Ibiza y particularmente sus tradicionales andenes a la ciudadanía ibicenca para entregárselo en bandeja a los macroyates, a los jeques árabes y a los magnates rusos. Todos los pasos que está dando la APB van en esta dirección. Por mucho que insistan el Ayuntamiento y el Consell, no habrá plaza pública ni espacio diáfano en es Martell, pues habrá otro engendro comercial para ricos; no habrá paseo peatonal en los andenes, pues se destinará a las furgonetas negras de cristales tintados de los megamillonarios que vienen en verano; no habrá control de las instituciones ibicencas sobre su propio puerto, pues seguirá decidiendo quien solo busca beneficiar los intereses ajenos a la isla.

Ningún partido político, institución pública o entidad ciudadana parece haber reparado en un pequeño detalle: el tráfico de pasajeros (los barcos que enlazan con Barcelona, Valencia o Palma) ha sido situado en el otro extremo de la bahía de Vila. Es decir, los ibicencos de toda la vida que tengamos que tomar el barco por necesidad, no por placer, tenemos que coger el coche forzosamente, ir a la otra punta de la bahía y allí tomar el barco, o esperar a los familiares que vuelven de viaje. En cambio, los andenes del puerto, los muelles de la Marina, a los que se puede ir incluso andando, han sido entregados a los ricachones con yates de 150 metros de eslora. Ellos serán a partir de ahora los verdaderos dueños de nuestro puerto, pues a ellos se les ha asignado su parte central y más emblemática, aquella que siempre había sido nuestra. El frontal de la Marina queda así privatizado de facto en beneficio de unos personajes que solo están aquí tres meses al año, que bien podrían acomodarse en otro sitio, si es que realmente interesa aceptar tales mamotretos náuticos sin ningún límite.

Estamos ante una estafa de proporciones mayúsculas. Bajo la apariencia de reforma del puerto, lo que se está perpetrando es simplemente el robo de un espacio público, que debe seguir siendo patrimonio de todos los ibicencos, no terraza privada de cuatro magnates para sus fiestorros y sus excesos. Las instituciones insulares, han tardado en despertarse, pero bajo ningún concepto deberían consentir un hurto de tal magnitud. Si algo sobra en nuestra isla son instalaciones y espacios para el ocio, la ostentación y el petardeo. Por ello, hay que luchar con uñas y dientes ante cualquier posibilidad de preservar nuestros espacios colectivos, reconquistar zonas para la ciudadanía y poner todos los límites posibles a la usurpación privada de áreas que son de todos.

Los ibicencos ya hemos sido desalojados de demasiados sitios de nuestra propia isla. Vemos impedido el paso a algunas playas donde manda el beach club de turno porque nuestra apariencia no es suficientemente fashion. La playa, que es de todos, va siendo privatizada sin que nadie se entere. Otros lugares, como el paseo de Vara de Rey, supuestamente público, se ha convertido en un amontonamiento de trastería y en un negocio. Y ahora quieren echarnos también del puerto, un lugar que ha sido de todos desde que en el siglo VII aC (hace 27 siglos) nuestros antepasados se instalaron allí. Al final, nos echarán de la isla.