No me creerán pero se lo digo en serio: antes se cobraban salarios muy bajos, bajísimos, pero siempre sobraba dinero porque casi todo funcionaba sin usar moneda. No diré que todo fuera gratis, porque tenemos que aprender y meterlo en la mollera para siempre que las cosas no son gratis. Cuando no las pagas tú, las paga otro. Pero nunca son gratis. Ibiza y Formentera funcionaban sin plásticos ni dinero. Todo tenía un coste y un valor, como hoy, pero no se usaban monedas. Muy poco. Claro, ibas a la tienda con un cesto o una cesta y tenías que pagar por el arroz , el azúcar, pero a nadie se le hubiera ocurrido comprar fruta, la tenías en casa cuando la había. Había verduras del tiempo, patatas, incluso podías hacerte el pan si tenías harina. Pescado se comía de vez en cuando, muy barato y al día.

No se usaba nevera. No había. Los caminos se estropeaban a veces, pero los vecinos se reunían y los parcheaban. Los impuestos eran también bajísimos. Esto de ir a un hospital era inimaginable. Se iba a Mallorca o a Valencia y allá hacías a mili o te operaban del apéndice. El aparcamiento era gratis, por supuesto. Toda Ibiza era un aparcamiento porque solo había una docena de coches. El agua fresca, corriente en riachuelos y fuentes. No se necesitaban fontaneros ni mecánicos, pero si se daba el caso, algún vecino sabría sacarte del apuro. Cuando él tuviera necesidad de tus servicios, irías a su casa a segar, a trabajar en una pared o ayudar en las matanzas, a cuidar un enfermo o a preparar a un difunto (no había funerarias carísimas). Pero el dinero no corría: lo solíamos llevar atado en un pequeño hatillo con un nudo de seguridad. Bastaba un pañuelo porque el dinero era escaso. Lo del tubo de caña, tapado con un tapón y que se llevaba, como las pistolas, metido bajo el pantalón a la altura de la collonà, eso yo no lo he conocido. Cuando te dicen «salut i força a n´es canut» no te desean fuerza en la titola (que también), sino en el canuto donde guardas las monedas. Pero llegó la revolución del plástico, las prisas, la compartimentación de lo que había sido una vida total, perdimos Ibiza y perdimos aquel tiempo libre siempre ocupado en tareas creativas. Hasta que llegó un extranjero y te animó a comprar neveras, coches, pero debías vender tu terreno. Vendido el terreno tuviste que encontrar un trabajo de 14 horas (ahora son de 8) para poder pagar los artefactos que ni necesitabas. Ya no tenías tiempo de ir a pescar, ni de estar con tu gente. Tenías que entregarte hasta el infarto a pagar deudas que jamás hubieras sospechado que podrían existir. En la tele anuncian vacaciones en paraíso tropicales que solo son accesibles a gente muy adinerada. Los ibicencos teníamos este paraíso -con fatigas y obstáculos, claro- a mano, gratis y para siempre. Hasta que apareció un especulador con una bolsa de plástico. Y ahora se cobran salarios muy bajos, pero hay que pagar por todo, todo el tiempo y cuando llueve mucho todo se inunda y nadie te ayuda. Y cuando hay sequía estás solo. Levantas la cabeza al cielo y murmuras entre dientes: «Hicimos un mal negocio».