Fue barraca de madera y elegante teatro donde una sociedad ahogada por la censura podía sudar con las curvas de Sofía Loren. Presente en s´Alamera desde 1912, el cine abandona el corazón de Vila. Como los vecinos. Las generaciones de la burbuja inmobiliaria buscaron vivienda en barrios y localidades más tranquilos o asequibles, y se ataron a un coche con su rosario de atascos de una isla que ya no soporta su densidad de tráfico pero no ofrece alternativas. Los colegas cerveceros saltaron del puerto a la plaza del Parque y ya, ni eso. Su fama y los turistas los han expulsado a la parte nueva. Y ahora cuentan que el Serra, donde festejaban las abuelas y tantos hemos reído y llorado, se va a transformar en un hotel (de lujo, ¿cómo no?, es el mantra de los tiempos). Otro retazo de historia y vida cotidiana que engrosa la geografía de los lugares perdidos. Como parece a punto de hacer el propio Vara de Rey, menos paseo desde que el Ayuntamiento decidió aliviar sus arcas autorizando la ocupación del espacio público por bares y restaurantes. Los actos populares se han reducido al mínimo en el que fuera nuestro lugar de encuentro tradicional y los que resisten, como las ferias artesanales, provocan verdaderos problemas de movilidad al caminante, que apenas encuentra un espacio libre para cambiar de acera entre carpas, mesas y jardineras. No sé a otros, pero yo siento que nos están robando la ciudad de todos. Los gallos campan en sa Pedrera, al patrimonio se lo come la roña y ni siquiera se invierte el dinero.