urió hace días en San Antonio un joven inglés en estado de agitación por drogas mientras la Guardia Civil intentaba que se dejara asistir por los médicos. Luego vino a Ibiza su padre y todo lo que se le ocurrió es acusar a los agentes de «brutalidad». Este padre, que a todas luces llega trágicamente tarde a corregir la conducta de un hijo, busca responsables sin pensar dos veces si en el caso tuvo algo que ver la educación que el chico recibió, o no, de su padre. Destapa el caso ese estilo de torcer los hechos al tratar con nuestro país que sigue vivo a pesar de su antigüedad. Así se permite este caballero emprender una campaña para achacar a la «brutalidad» de la Guardia Civil su desgracia: España, ese país de gentes crueles, analfabetas y violentas, del que la Guardia Civil es símbolo, como en la mejor época de la leyenda negra. Cualquiera está en condiciones de vilipendiarla y, si se tercia, sacar partido.

El inglés que busca culpables tiene célebres paisanos entre los autores de la leyenda. Pero entre quienes más hacen por mantenerla viva hay muchos aquende los Pirineos: maestra en deformar y denigrar la historia española es la mendacidad nacionalista, con el propósito paralelo de esquilmar al país así debilitado, por otro lado común a todo explotador de la leyenda negra. Es notoria la táctica en que se apoya el independentismo catalán de sentirse agraviado a base de arreglar la historia, en lo que es paradigma el trato que la Gran Enciclopèdia Catalana da a algunos personajes y hechos. O el que no les da, cuando omite su existencia. Lo pormenoriza Jesús Laínz en ´España contra Cataluña, historia de un fraude´, obra indispensable para poner en su contexto lo que pasa ahora. El trato fantasioso de la historia para que sirva al nacionalismo es el punto más débil de los aspirantes a la separación de Cataluña, que podrían subsistir sin recurrir a agravios cocinados. En la misma cocina donde tergiversa la historia más reciente Artur Mas cuando pretende desligarse de Pujol y del entorno en que está sumergido hasta el cuello, poniendo en duda tan solo si cree en algo más que en sí mismo, su ambición y nuestra amnesia, al modo de su mentor Pujol.

La enseñanza manejada por ideólogos nacionalistas logró lo previsible, la inmersión de la sociedad catalana en una historia fabricada por expertos en seleccionar, ocultar, contar a medias, negar evidencias y achacar a España todos los males. Un parricidio con mayores consecuencias que el de Mas con Pujol, porque nos afecta a todos y viene cargado de odio contra esa España ficticia de los textos de adoctrinamiento de las escuelas. Aunque Cataluña sea hoy la región más española si atendemos a la corrupción económica que define nuestro presente. Tiene mala solución. La España real no puede prestarse a su disgregación porque perdemos todos, y alguien tendrá que decírselo a los nacionalistas en una lengua que entiendan.