El Sóviet Supremo de la URSS y el Consejo Nacional del Movimiento franquista se reunían con toda solemnidad para ratificar lo que disponían sus dirigentes. Ratificaban, aplaudían, se felicitaban entre ellos por su bien hacer, y a otra cosa. Así un consejero famoso, Pemán, pudo definir el Consejo como «un órgano colegiado que se reúne de vez en cuando para escuchar lo que dice el aconsejado». Recuerdan aquellas abúlicas reuniones las palabras de Guillem Barceló, portavoz de la Asamblea de Docentes: «Este viernes (por el pasado) la Asamblea se reunirá para ratificar la jornada de huelga prevista para comienzos del próximo curso». Tan da por hecha la ratificación de su huelga que antes que la Asamblea vote ya vende Barceló la piel del oso: «La única manera en que se puede parar la huelga es que se abra un proceso negociador». Y titulan los medios que «los docentes piden al Govern diálogo para parar la huelga al inicio de curso».

Pertenecen esas frases al engañoso lenguaje politizado que envuelve la perpetua huelga en la escuela, porque es incoherente instar al diálogo si lo que se exige es la rendición: «El cambio de política educativa».

No hay novedad en las directrices de docentes no enterados de que la política educativa que rechazan de plano, con todos los defectos que le puedan atribuir, cuenta al menos con la sólida base de haberse sometido a votación popular en elecciones democráticas y obtenido mayoría absoluta. Ni parecen dispuestos a asimilar la reacción, de sentido común, a que la permanente conflictividad en las aulas ha llevado a las asociaciones de padres de alumnos (FAPA) de Baleares. «La huelga ya no es el camino a seguir al entender que solo perjudica al niño», argumento que según Vicente Rodrigo, presidente de la FAPA mallorquina, comparten plenamente las FAPA de Ibiza y Menorca. No creen las familias que la huelga «sea la mejor alternativa» para que los docentes expresen sus reivindicaciones, por más que coincidan con sus motivos. El conflicto en la enseñanza tiene un fondo político evidente en la cuestión lingüística que durante décadas subestimó el fundamentalismo. No es el TIL la causa del conflicto. Se cuidan mucho los docentes opuestos al cambio de política educativa de mostrar oposición abierta a la enseñanza en inglés: usan el TIL como arma arrojadiza por los defectos inherentes a su puesta en marcha, por otro lado presumibles en la implementación de proyecto tan amplio y con tanto enemigo. El objetivo de la huelga no es el TIL sino el cambio que implica en la dictadura del catalán en la escuela balear. Como preludio al diálogo que reclaman deben reconocer los puntos de discordia reales. Puede que reconocerlos llevara a algunos a salir a la calle a pedir votos en elecciones y a dejar de usar aulas y niños como medios de lograr objetivos políticos. Quizás ha llegado el momento de que esos docentes que piden empiecen por dar lo que se supone justifica su presencia en las aulas.