En las islas hemos llegado a tal punto de hipocresía que confundimos la realidad y su imagen en un espejo. Y nuestros políticos, que tantas veces parecen vivir en una dimensión paralela, se empeñan en limpiar el espejo sin querer entender que lo que necesita un fregado es aquello que en él se refleja. Ahora, el conseller balear de Turismo anuncia una campaña para mejorar la imagen de Balears en el mundo, dañada por los desmanes que permitimos al turismo-basura en zonas como Magaluf o Sant Antoni. Hace unos días, era la Fundación de Promoción Turística la que proclamaba su intención de iniciar acciones que pudieran corregir la mala imagen que se supone que han propagado el Ayuntamiento de Sant Antoni y el consulado británico con los polémicos folletos que daban consejos de seguridad a los turistas y que tuvieron que ser retirados.

Sin embargo, no veo que ninguno de estos políticos que tan patéticamente nos representan diga que hay que limpiar la realidad que muestran las informaciones que sobre las islas salen en medios locales, nacionales e internacionales. Es como si me mirara al espejo, me percatara de que se me ha corrido el rímel y en lugar de limpiarme la cara pasara el algodón al espejito. Suena absurdo, ¿verdad?

La información que sobre Magaluf, Sant Antoni o Platja d´en Bossa ofrecen los medios puede ser más o menos sensacionalista, y muchas veces lo es, desde luego, pero también a veces los periodistas se quedan cortos, y pretender que el punto de partida sea negar esa realidad para no dar mala imagen es tan idiota como insensato. Al final, cabe preguntarse cuántos pasos habrá entre intentar anular al mensajero con campañas de limpieza de imagen y el momento en el que se cree alguna especie de Ministerio de Propaganda que nos diga lo que se puede publicar en aras de la prosperidad turística. Vamos a acabar ocultando muertos bajo una alfombra de largos atardeceres y apacibles veladas junto al mar. Para algunos, al parecer, no hay que contar que cada año devolvemos a su casa a casi una decena de turistas muertos, ni hablar de los que se quedan tarados por el consumo de drogas. No se puede hablar de las violaciones ni de las denuncias por ruido que no llegan a parte alguna porque a quienes manejan esto del turismo no les importa el bienestar de los residentes. Son sacrificios que algunos piensan que debemos hacer para que ellos ganen mucho dinero. Resultará, finalmente, que no podemos hablar de los delitos que se cometen en Ibiza, de los robos, de las agresiones o del tráfico de drogas para no molestar a los hoteleros y a todos aquellos que quieren vender una isla idílica y muy blanquita cuando, en realidad, son ellos mismos, instituciones, hoteleros y el sector turístico, en definitiva, los que crean las condiciones adecuadas para que todos los delitos, y lo que no llega a serlo pero es inmoral, sucedan. Y lo que tiene que pasar, pasa. Ellos crean los problemas pero luego pretenden ocultarlos y, lo que es peor, que los demás los ocultemos, a riesgo de ser declarados personas non gratas si osamos contar y analizar en qué se está convirtiendo la isla.

No es el reflejo de Ibiza en el espejo lo que hay que limpiar, sino la realidad de una isla que degenera a ojos vista como el retrato de Dorian Grey. Ocultar la podredumbre, bien lo sabe Grey, no la elimina.

No sé quién lo dijo, pero un día se me quedó grabada esta frase: los periodistas iremos al infierno y, en despachos forrados de rojo, escribiremos interminables reportajes sobre las excelencias del clima. Sant Antoni, Magaluf o Platja d´en Bossa son ahora nuestro infierno, ¿de verdad vamos a escribir sobre las excelencias del clima?