Ahora que empieza una temporada más y tantos se preguntan cuántos turistas vendrán y cuánto dinero van a ganar con ellos, quizás también deberíamos preguntarnos a cuántos de esos turistas devolveremos a sus países en cajas de pino. Y cuántos años más vamos a hacer como si tal tragedia -porque eso es lo que es- no fuera con nosotros. Cuándo saldrá alguno de los gobernantes de esta isla a decir que le preocupa el tema y que hay que ponerle fin. La coartada de que es un asunto de los turistas, que allá ellos, que nosotros no les metemos la droga en el cuerpo a la fuerza y que no los empujamos por los balcones, es un cuento chino, la justificación del hipócrita. No se pueden crear las condiciones necesarias para que una isla se convierta en el basurero al que Europa va a vomitar y luego no asumir todas las consecuencias. Y mucho menos podemos negarlas, como si fuera una realidad paralela que no nos salpica, que no nos enfanga ni degrada. Claro que no les metemos la droga, ni los litros de alcohol, a la fuerza... Pero casi. Y claro que salpica a la población de Ibiza más allá de los turistas que nos visitan, porque el número de drogadictos isleños y el número de enfermos mentales también se explica como consecuencia de aquello en lo que se ha convertido Ibiza. Igual que el aumento de las agresiones sexuales, que sólo parece preocupar a Policía y Guardia Civil.

Tampoco podemos ser ajenos al hecho de que, por mucho dinero que ganen los negocios legales (moral y penalmente legales), siempre ganarán más los traficantes de droga, las mafias que se aprovechan de la permisividad, porque eso es lo que define a la mafia, que más allá de su actividad delictiva prospera en la connivencia o permisividad de la Administración. Tampoco hay que olvidar que hay cosas que pueden parecer peores que regresar a casa en una caja de pino: que se lo pregunten a los padres del chico que, borracho perdido nada más aterrizar en la isla, quedó parapléjico al lanzarse a una fuente de cabeza. O a los miles de padres a los que se les devuelve un chico con el cerebro lisiado a causa de la ketamina, la mefedrona o cualquier mezcla que haya encontrado por ahí y que ha consumido porque esto es Ibiza, porque esto es lo normal, porque esto es lo que se espera de él y de unas vacaciones en la isla de la droga. Aquello de que lo que pasa en Ibiza, se queda en Ibiza también es un cuento chino.

Este año vamos a ganar mucho dinero con el turismo, sí, pero buena parte de ese dinero es dinero manchado de sangre, ¿no vamos a reconocerlo? Porque la droga sostiene el sistema en Sant Antoni. Y en Platja d´en Bossa. Y quien no quiera verlo, es un ignorante o un ingenuo que prefiere estar ciego porque siempre es más fácil. También hay, claro está, quien niega la evidencia porque le conviene hacerlo, y las mafias de la droga tienen sus cómplices tanto en aquellos que optan por vivir de su rastro como en aquellos que cierran los ojos. Empezando por las instituciones.

El Ayuntamiento de Sant Josep y de Sant Antoni, y también el Consell, son cómplices porque no hacen absolutamente nada para parar un problema que es su responsabilidad; no tener competencias en la lucha contra la droga no significa que no tengan jurisdicción en el ámbito donde se crean las bases del problema, en la constitución del ambiente y la imagen propicios para que la isla sea apetecible a las mafias. De hecho, si fuera su abogado, a los padres de esos chicos que devolvemos en cajas de pino les recomendaría denunciar a la administración ibicenca como responsable civil subsidiaria. ¿De verdad queremos vivir de la droga y devolver cada año a una decena de turistas muertos sin inmutarnos? Yo, desde luego, no. Pero no soy la única a la que le gustaría saber qué opinan las alcaldesas de Sant Antoni y Sant Josep y el presidente del Consell Insular.