Uno ha procurado leer a todos los escritores que han hollado los polvorientos caminos de tierra de las Pitiusas. Pocos me faltan y ya tengo un interés muy atemperado, pues inevitablemente me he tragado -por patriotismo fenicio y para mi información personal- bastantes libros mediocres. Malos, pocos, porque cuando unas cuantas páginas revelan sequía o nimiedad, el fenicio lo dejaba caritativamente de lado. Se han escrito muchísimos libros malísimos en Ibiza y sobre Ibiza. Se han escrito unos cuantos libros muy pasables y algunos realmente muy buenos. Quien me vaya leyendo ya sabrá a cuáles me refiero, ya que los he ido comentando de mil formas distintas y en otras tantas ocasiones. Un elefante que siempre me ha inspirado empatía es Salvador Pániker (acentuado en esdrújula su apellido indio españolizado). Me ha regalado momentos impagables a finales de los 90, una época mía tumultuosa y paradójicamente de muchas lecturas. Sus 'Testamentos' inspiran y acompañan, porque tiene una mente reflexiva que fluye como un manantial salutífero aun en los peores trances narrados y todo ello con un añadido que yo valoro sobremanera: las sensaciones y las emociones intervienen sin tacañería, pero sin inoportunidad gratuita. Se escribe a sí mismo y de paso nos describe a todos.

Ahora saca en Mondadori su ´Diario de otoño´: «La memoria de lo que me está pasando y de lo que no me está pasando, una divagación permanente que nunca permito que se deslice hacia la ficción». Lo leeré y sé que no me defraudará su prosa y su energía elegante, propia de esta gente que siempre se queja de la salud. Por contra, en dinero y en amor le fue bien. Vivió los mejores años de California y de Ibiza y supo cuándo abandonarlas a ambas. El tiempo le ha dado la razón. Como tantos padres de su edad que han perdido un hijo en esta guerra implacable que es la autoconsunción por abuso de algún tipo de droga, o por algún accidente, declara que ha sido el peor acontecimiento que ha vivido. Le creo, no por experiencia personal, pero sí próxima, la de tantos amigos cercanos que han visto dramáticamente cercenada la familia por estragos incomprensibles, irreversibles. Por muchos recursos mentales y emocionales de que dispongas, imagino que una vez ha pasado la perplejidad puramente biológica, es inevitable que nos acosen fantasmas en forma de culpa, de posos recurrentes, por mucho que racionalmente uno ignore cómo gestionaría una situación así de verse obligado a repetirla.

El diario es terapéutico dice. Claro. Verbalizas, gestionas, drenas, evacúas, reorganizas el armario donde se vive la gran tempestad de los sentimientos en la historia personal. No quisiera dar la impresión de que el libro de Pániker, que todavía no he leído, se ciñe solo a esto. Pero sí también a esto. Es afluente y es caudal de una gran variedad y riqueza humana. Y como decía, los humanos no somos tan distintos, podemos caer en las mismas simas, pero siempre nos queda este acto reflejo de recuperación, de resiliencia o de redención que nos engrandece. Por esto yo leo sus Dietarios con fruición y agradecimiento.