Bauzá dice evidencias: que la huelga es política. La huelga responde a un cambio copernicano en la política de educación de la Comunidad balear, los partidos políticos que no mandan están todos en ella, los de fuera de Baleares la jalean y alguno que sí manda, pero en Cataluña, hasta viene a las manifestaciones. Todos los partidos sin bastantes votos para estar representados salen en la foto de la huelga (junto a los sindicatos de la mamandurria).

En este clima politizado mantienen los huelguistas el empeño inútil de fingir que la razón de la huelga no es otra que el quebranto del catalán en la enseñanza, el anunciado fin de la inmersión lingüística que se hace en la escuela con la colaboración de gran parte del cuerpo docente en huelga. El apoyo a la inmersión de los partidos políticos en el Parlament creó la ilusión de que una base social incontestable respaldaba el consenso. Los hechos lo han desmentido: el voto al programa electoral de liquidar la inmersión expuesto con nitidez y transparencia; el espectro de un consenso que existió solo en los pasillos del poder, nunca en la sociedad; la frustración de quienes daban la inmersión por un cambio histórico sin vuelta atrás.

Chasqueados por la mayoría salida de las urnas apelan ahora a la «mayoría social». Esa presunta mayoría les sigue a ellos y al jefe del sindicato STEI de Mallorca: eufórico tras la multitudinaria manifestación del día 29 declara a Cat Ràdio que su mayoría social eclipsa la del Parlament balear legítimamente constituido. No está solo en ese guión de superar lo que él llama «mayoría legal» con maniobras callejeras: Rubalcaba, previsible en sus antecedentes, apoya el invento. Se ha llegado a una división que no existía, de la que no se puede culpar a la lengua ni a quienes no se someten a la inmersión sino a los que la imponen en una operación de ingeniería social que la sociedad ha rechazado del único modo lícito en democracia.

No debería sorprender a nadie sensato que la realidad no se conforme al sueño de élites ambiciosas con ideas brillantes. Los ingenieros han hecho un excelente trabajo, dieron pruebas de sobrada energía durante años pero han logrado que asociemos íntimamente la lengua catalana a nacionalismo, a separatismo y al repudio más o menos explícito del Estado español. Esa rémora que arrastra hoy el catalán es un daño colateral de la batalla del catalanismo político. No hay odio al catalán como dicen los simples; hay repulsa a lo que se encubre bajo el envoltorio de la lengua y a los que la explotan, como comprueban en las urnas una y otra vez. En Diario de Ibiza insisten en que el presidente del Consell manifestó la intención de burlar la ley de función pública para exigir catalán como requisito a todos los funcionarios. El presidente no ha desmentido lo que sería fraude de ley y parte de esa ingeniería social que rechaza la mayoría legal en las elecciones.