Por justa que sea una causa si para defenderla hay que pisotear los derechos de niños y adolescentes, es preciso replantearse los métodos. No puede valer todo. Hoy se cumplen ya 13 días de huelga indefinida en la enseñanza de las islas, y lo peor es que las posturas están mucho más enfrentadas y no hay visos de que se pueda alcanzar un acuerdo. Los colegios e institutos están paralizados. Hay profesores que no hacen huelga pero que tampoco están dando clase, una actitud inmoral y cobarde que debería censurarse en los propios centros. Los docentes de Balears han logrado el dudoso mérito de protagonizar la huelga más salvaje de la historia. Los educadores trabajan con una materia sumamente sensible: en sus manos están los niños y adolescentes. No es lo mismo parar el metro de Madrid que parar los centros escolares durante tres semanas: los daños que se están provocando a los estudiantes son irreparables, por más que se repita que «todo esto es por su bien». El fin no justifica unos medios que están perjudicando de esta forma a niños que lo único que quieren es empezar las clases de una vez. Sindicatos y Asamblea de Docentes están dispuestos a apretarle las tuercas al Govern hasta que pague todas las afrentas pasadas y futuras: no quieren negociar, sino que Bauzá claudique, y por eso han vuelto a posturas más radicales que las de hace unos días. Si al principio aceptaban una aplicación voluntaria del TIL, ahora ni eso, exigen su retirada. Todo o nada. Acusan al Govern de no moverse, pero ellos también están anclados en una intransigencia que da miedo. Es preciso un poco de sensatez: nada justifica que se mantenga la huelga. Los negociadores no pueden tener como rehenes a los niños de todo Balears.