La precipitada aplicación del decreto de Tratamiento Integral de Lenguas (TIL) a golpe de decreto ley ha sublevado a la inmensa mayoría de la comunidad educativa y ha abierto un conflicto donde nunca lo hubo. Tal vez al presidente Bauzá estas consecuencias le traigan sin cuidado y las considere efectos colaterales de una misión redentora que se siente obligado a cumplir por encima de todo, pero haría bien en interpretar correctamente el significado de una movilización tan gigantesca y transversal. De momento se ha limitado a despreciar la protesta, a juzgar por la reacción del vicepresidente del Govern, Antoni Gómez, para quien las noventa o cien mil personas que se manifestaron en las cuatro islas «no representan el sentir popular» y no justifican «ni un paso atrás». En la misma línea de negar la evidencia, la número 2 del PP nacional, María Dolores de Cospedal, afirmó en Madrid que la manifestación «no ha sido un éxito». Puede que esas noventa o cien mil personas no ablanden al presidente ni le hagan reconsiderar sus prisas y sus imposiciones, pero no debería subestimar la contestación que su inflexibilidad esta originando también en el seno de su propio partido. En una organización tan disciplinada y monolítica como el PP, las voces críticas que cuestionan la forma en que el Govern ha gestionado este asunto arrecian y ya desbordan el ámbito interno. El presidente del PP de Mallorca, Jeroni Salom, admitió el viernes pasado que el partido no supo ver que el TIL generaría tanta crispación y pidió al Govern que rebaje sus exigencias para facilitar un acuerdo. Si no reconduce la situación, antes o después el TIL dejará muy tocado el liderazgo de Bauzá.