Docentes en huelga y padres y madres que han abrazado su causa con fe ciega repiten una y otra vez en las asambleas y en las movilizaciones que la huelga indefinida es en realidad por el bien de los estudiantes: «Luchamos por la calidad de la enseñanza; luchamos por los niños», claman. Pero los niños están en la calle, en su casa o deambulando durante horas por el patio en vez de estar en clase, que es donde deberían estar. Que le pregunten a un estudiante de 2º de Bachillerato si cree que no haber empezado las clases le reporta algún bien. Una huelga indefinida en las aulas no beneficia a los estudiantes, jamás: a quien beneficia es a quien la está utilizando para negociar unas condiciones laborales -los docentes- con su patrón -el Govern-. Este es un conflicto laboral, legítimo, como todos, pero laboral, en el que la huelga es la herramienta de presión (también legítima, claro), y cuanta más presión se haga (es decir, cuanto más se paralicen los centros escolares), pues mejor para los trabajadores a la hora de negociar. La huelga de profesores se presenta con un aura de lucha épica por el bien de los niños para ganarse el apoyo de las familias cuando en esencia están protestando porque el Govern ha modificado hasta la médula sus condiciones de trabajo al imponer el trilingüismo de forma precipitada, autoritaria y sin medios y, sobre todo, porque ha osado reducir la preponderancia del catalán sobre el castellano. En esta guerra los niños son el ariete. Y a los padres nos corresponde exigir a todas las partes una solución inmediata.