Tomo prestado este título -cargado de ironía- de un libro de los intelectuales norteamericanos Noam Chomsky y Edward S. Herman sobre lo que pomposamente se ha dado en llamar ´prensa de prestigio´; es decir, de aquella que, mediante un ejercicio sofisticado de propaganda sobre las bondades del sistema político y económico imperante, busca contribuir a lo que el famoso periodista Walter Lippmann definía como la «fabricación del consenso». Una muralla compacta de intereses económicos y políticos, en la que, pese a todo, a veces se producen grietas por las que escapa la información que se oculta a la mayoría social. Como acaba de ocurrir recientemente al revelar un joven informático que trabajaba para la CIA que los Estados Unidos se han dotado de una infraestructura tecnológica que le permite interceptar y grabar la inmensa mayoría de las comunicaciones humanas, de forma automática y sin seleccionarlas previamente. En todo el mundo y sin conocimiento ni autorización previa de los gobiernos de los países afectados, ni por descontado de sus jueces.

La existencia de esta gigantesca -y criminal- red de espionaje ha causado estupor en la opinión pública, aunque los encargados de manejarla se han apresurado a dar a conocer los datos de una encuesta de urgencia en la que (según ellos) el 54 % de los ciudadanos norteamericanos asegura estar dispuesto a aceptar como bueno ese espionaje para prevenir una hipotética amenaza terrorista. Si bien con la condición de que se registre solamente el hecho de la comunicación pero no su contenido. Una encuesta que, de ser cierta, denotaría una ingenuidad cercana a la estupidez y una falta de sentido cívico alarmante entre los consultados. ¿Cómo puede creer nadie, con dos dedos de frente, que los mismos que graban tus conversaciones o mensajes renuncien a leerlos si los consideran de interés?

En cuanto a las reacciones del Gobierno norteamericano, del Congreso, y de la mayoría de los medios de ese país, solo cabe admirar la contumacia en el cinismo. Por lo que se va viendo, Obama (en este asunto y en el de los presos de Guantánamo) no ha hecho otra cosa que mantener la misma política de restricción de las libertades públicas que adoptó Bush tras el 11-S. Eso sí, con más discreción y con constantes apelaciones a los derechos humanos. En una de sus primeras declaraciones sobre este caso, Obama se justificó diciendo que solo habían espiado a extranjeros, y acto seguido ordenó la apertura de un proceso de extradición sobre el exagente Edward Snowden bajo la acusación, entre otras, de espionaje.

La contradicción es tan evidente que se hace innecesario comentarla. En cuanto a la tibia respuesta europea al escándalo, ¿qué decir? Justamente iban a iniciarse unas conversaciones entre autoridades europeas y norteamericanas sobre protección de datos. Si hubiera un resto de dignidad por parte de todos los implicados la cita debería de haberse suspendido, pero eso no ocurrió. Por encima de todas las cosas, hay que simular que vivimos en una democracia.

Por lo que respecta al porvenir de Edward Snowden, que ahora se ha refugiado en Hong Kong, el asunto está más complicado. Él no duda que acabarán encontrándolo y hasta teme por su vida.