El socialista Demetrio Madrid López fue elegido en 1983 como primer presidente de la Junta de Castilla y León. Procesado por un asunto laboral en una empresa de su propiedad, presentó la dimisión el 1986 y cedió la presidencia a uno de sus consejeros. Un año más tarde, desgastado por el asunto, el PSOE perdió votos y diputados, y el nuevo parlamento eligió como presidente a José María Aznar López.

Fue así como la carrera del que luego sería jefe del gobierno español tuvo como palanca de lanzamiento un escándalo que perjudicaba a su adversario. En 1989, Madrid fue judicialmente exculpado de cualquier cargo, pero ya era tarde.

Como político regional capaz de derrotar a aquel PSOE omnipresente y omnipotente, Aznar ganó muchos puntos en un PP desconcertado y doliente, y no tardó en llegar a lo más alto. En 1989 y en 1993 fue candidato frente a Felipe González, perdiendo ambas contiendas, aunque la última por poco margen. Y en 1996 consiguió su propósito.

Otra vez, los asuntos feos de los socialistas jugaron a su favor. «¿Qué nuevo escándalo nos espera esta semana?», preguntaba retóricamente desde la tribuna del Congreso, entre el «paro, despilfarro y corrupción» y el «váyase, señor González».

Han pasado casi tres décadas desde lo de Demetrio Madrid y dos décadas desde que Aznar empezó a fustigar al PSOE con las armas que la propia víctima le proporcionaba en abundancia. Pero el socialista es un partido grande y viejo, como un elefante, y ya se sabe que los elefantes tienen buena memoria. Se dice que no olvidan una cara. Ahora que Bárcenas está vaciando por entregas la fosa séptica de la calle Génova, el elefante se relame ante la perspectiva de la revancha.

Militante del PSOE desde 1974, Rubalcaba contempló lo de Demetrio Madrid y vivió intensamente, como ministro, el acoso de Aznar: no en vano fue titular de Presidencia y Relaciones con las Cortes entre 1993 y 1996. Ahora, cinco legislaturas más tarde, es él quien se dirige a las cámaras de televisión para decir algo parecido a «váyase, señor Rajoy». Pero lo dice con unas palabras y una contundencia infinitamente más blandas que las utilizadas por Aznar en su momento.

Lo dice como dando a entender que le sabe mal. Hay algo parecido al cansancio en sus gestos, en su tono, en su cadencia, incluso en sus ojos y en el pliegue de la boca.

En su momento, Aznar se proponía claramente como alternativa. Su «váyase» llevaba implícito un «que llego yo». No se aprecia lo mismo en Rubalcaba (aunque González Pons se esfuerce en ver lo contrario), tal vez porque el dirigente socialista está quemado como recambio, y lo sabe.

Esta es la gran diferencia. En la crisis de 1996 se proponía la alternativa clara de un hombre joven y agresivo al frente de una derecha refundada. Sin embargo, ahora frente a Rajoy hay un PSOE quebrado, desorientado, pendiente de refundar, sin un líder con un mínimo de carisma.

La alternancia simple, remedio tradicional de la democracia para el desgaste de los gobiernos, no se percibe como una opción satisfactoria en esta coyuntura.

Mientras tanto, por los márgenes del sistema escalan posiciones los simplismos de izquierda y de derecha.