Para las personas, como para muchos animales, la casa tiene en primer lugar la función de refugio, nido o guarida que nos protege de las inclemencias del clima, un lugar seguro donde descansar, alimentarnos, y criar los hijos. Más allá de este nivel primario, el hogar para las personas representa también un estatus social, una inversión económica para la vejez, y la herencia que legamos a nuestros descendientes.

Desde la perspectiva psicológica, el hogar representa el amparo, la protección, la intimidad, el control y la seguridad, todos elementos necesarios para mantener un equilibrio mental y emocional básico. De hecho, para muchas personas la casa va incluso más allá de todo esto, hasta convertirse en elemento clave de su identidad, en referencia primaria sin la cual resultaría muy difícil seguir adelante. El verbo castellano ahuciar (del latín afiuciar) significa dar confianza y esperanza, por lo que resume muy bien la función psicológica del hogar.

Aclarados un poco los sentidos biológico, social y psicológico del hogar, resulta más fácil comprender los efectos devastadores que tienen los desahucios sobre las personas que los padecen, y que acaban sin una casa donde vivir: des-ahuciar viene a significar, literalmente, destruir la confianza y la esperanza de la gente.

El problema de los desahucios en España ha crecido como la espuma a consecuencia de la crisis económica, del estallido de la burbuja inmobiliaria, del desempleo galopante y de una legislación hipotecaria escandalosamente injusta y anticuada, que se remonta al año 1909.

Dada la situación económica del país, desgraciadamente esta tendencia sólo puede incrementarse.

Los desahucios no suceden de repente, como un accidente traumático e imprevisible, sino que son precedidos por un largo periodo de espera (alrededor de dos años desde los primeros impagos), durante el cual los afectados van recibiendo frecuentes cartas o llamadas telefónicas de tono amenazante por parte de los bancos. Estas comunicaciones suelen estar llenas de falsedades y manipulaciones, como la amenaza de embargar rentas inferiores a 900 euros o la pensión de los padres. Se trata de un acoso psicológico prolongado que empeora notablemente el cuadro de estrés y la sensación de impotencia en los afectados.

A causa de estas artimañas y de la enorme importancia que tiene el dinero en nuestro modelo social, muchas personas afectadas se avergüenzan de su situación, que perciben como un fracaso existencial completo que arrastra sus familiares y niños a la ruina. Algunos afectados esconden su situación incluso a sus parientes y amigos, se aíslan, se encierran en sí mismos. Durante esta fase de negación, algunos todavía intentan mantener las apariencias, imaginando que vaya a llegar alguna solución mágica, pero rápidamente el estrés y la preocupación se van convirtiendo en sufrimiento psicológico agudo, con síntomas como pesadillas, insomnio, irascibilidad, trastornos alimentarios, conflictos familiares, depresiones, agravamiento de enfermedades crónicas, y elevado riesgo de caer en adicciones (drogas, alcohol, juego€) para escaparse de una realidad tan inhóspita.

Se sabe que la negación, el aislamiento y el encierro son los elementos psicológicamente más peligrosos de un proceso de desahucio: por eso, los afectados que logran compartir su problema con sus familiares y amigos son menos propensos a sufrir trastornos psicológicos graves, o de caer en la más trágica de todas las posibles consecuencias: el suicidio.

La mayoría de los suicidios por desahucio acontecen poco antes de la pérdida definitiva de la casa, como si hasta el último momento las personas afectadas se agarraran a la esperanza, y mantuvieran un hilo de confianza en la justicia y en la solidaridad de la sociedad.

Sin embargo, la carta del juzgado con la fecha definitiva del desahucio para algunas personas equivale a una sentencia de muerte: por el psicoanálisis, sabemos que las casas que aparecen en sueños suelen representar el cuerpo del soñante, de manera que un inquilino expulsado de su casa a nivel simbólico corresponde al alma o psique desahuciada del cuerpo, que queda convertido en despojo deshabitado y es arrojado a la muerte. Por otro lado, la amenaza de intromisión y de expropiación pueden ser vividas interiormente como una forma de abuso y de violación, y causar consecuencias traumáticas parecidas. En la mente de los afectados se repiten obsesivas las visiones de marginación social, de pobreza acuciante, a veces incluso la pérdida de la custodia de los hijos. Cuando la negación de la realidad se vuelve insostenible y la ruina familiar es cada vez más próxima, para algunos la situación se hace tan insoportable que el suicidio aparece como la única salida posible.

Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Si analizamos el comportamiento de los bancos prestamistas y del entramado jurídico que regula las hipotecas y sus ejecuciones en España, veremos que en primer lugar los bancos se aprovechan de la confianza de las personas y de su necesidad de una vivienda para engañarles con hipotecas repletas de cláusulas abusivas, con tasaciones hinchadas y con la inestimable complicidad de los notarios. Luego aplican intereses de usura a las letras impagadas (hasta el 30%) y se quedan con la propiedad del inmueble por la mitad del precio que ellos mismos tasaron. Y acaban teniendo un crédito con el desahuciado que, a menudo, es superior a la deuda inicial.

También el acoso a los afectados, su derrumbe psicológico e incluso los suicidios (con tanto de seguro de vida obligatorio para cubrir el capital prestado) son parte de esta estrategia, así como la brutalidad de las ejecuciones de desahucio que lleva a cabo la policía: la gente es tirada a la calle a empujones como si fuera basura social, sin ninguna consideración por su dignidad humana. Podemos afirmar que se trata de un plan criminal amparado por la ley, cuyo fin es lucrarse estafando a las personas, esclavizándolas de por vida y destruyendo su salud mental y física, hasta el punto de inducir a algunas de ellas al suicidio.

Para poner algún remedio a este desastre colectivo, lo principal desde el punto de vista psicológico es aliviar el sufrimiento de las personas afectadas, y eso pasa naturalmente por escucharlas y compartir su historia. Poco a poco va quedando claro que los enfermos no son los afectados, cuya respuesta emocional suele ser la adecuada; lo patológico es el sistema hipotecario español, que pone la codicia y la especulación de los bancos por delante de los derechos más elementales de la gente.

Otro elemento fundamental para ayudar a los afectados es la solidaridad de la comunidad: el apoyo desinteresado de los demás les ayuda a reconstruir su maltrecha autoestima. Por eso, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) es una iniciativa tan beneficiosa para Ibiza y toda España: sus voluntarios proveen asesoramiento jurídico y psicológico gratuito a los afectados, pero sobre todo les ofrecen la posibilidad de compartir su drama, y les ayudan a recobrar un poco de confianza en el género humano y de esperanza en el futuro. Justo lo que el sistema usurero y corrupto de la banca española les quiso arrebatar.