Cerrar la cuenta de ahorros en un banco tradicional y pasar el dinero a la banca ética es uno de los pocos placeres y mayores venganzas que el ciudadano de a pie, víctima de los abusos del gran capital, puede infligir a un sistema financiero más parecido a una organización mafiosa que a cualquier otra cosa. Muchos particulares observan la enfermiza codicia de los bancos con resignación, como si no fuera posible hacer nada. Y, sin embargo, hay alternativa: la banca ética.

Lo que empezó siendo una actividad muy marginal y arriesgada para quienes confiaban en ella, ha adquirido ya suficiente solidez como para que confiar los ahorros a estas entidades no sea un acto de valentía. En España son varias las bancas de este tipo que operan cada vez con mayor número de clientes y mayor solvencia. Fiare, Caixa Colonya (esta, mallorquina) o Tridos Bank (en constante ascenso) son solo algunas de las más conocidas. Su actuación se basa en el respeto a las personas, el medio ambiente, la igualdad y los derechos humanos. Por supuesto, eluden las operaciones especulativas y se ciñen solo a la economía real: compras y ventas. Por eso su fiabilidad es alta: como no especulan, no arriesgan.

No siempre los intereses que obtiene el cliente son comparables al de la banca tradicional, pero al menos quienes confían en estas entidades financieras saben que su dinero no sirve para engrosar ese monstruo financiero que desahucia a personas humildes, echándolas de su casa y robándoles su nómina, el mismo monstruo que usa el dinero de sus clientes para invertir en guerras en el Tercer Mundo o para enriquecerse a costa de desgracias ajenas. Un ejemplo: cuando se montó la campaña de donativos para los afectados por el huracán Mitch en Centroamérica hace una década, se descubrió que los bancos y cajas de Cataluña se habían quedado con 1.200 millones de pesetas en concepto de comisión, como si se tratara de un negocio más. Semejante muestra de usura y mezquindad ya sería suficiente para boicotear a quienes actúan así.

Los bancos tradicionales son los principales responsables de la crisis actual que recorta gasto en hospitales, que despide profesores y que deja a los discapacitados sin ayudas. Durante años los bancos han engatusado a la gente para que se endeudara hasta las cejas y ahora culpan a esas personas bienintencionadas por haber confiado en ellos. Imposible mayor cinismo. Si no fuera porque estas entidades -junto con las agencias de calificación y otras truculentas compañías- han alcanzado tanto poder que ya pueden tumbar gobiernos y hundir países enteros, las autoridades deberían ordenar la inmediata detención y traslado a la cárcel de un gran número de estos ´respetables financieros´, que con su actuación están desestabilizando la democracia y arruinando a millones de personas. No es concebible tanta impunidad para los autores de semejante calamidad pública.

Cajas y bancos se sustentan sobre las aportaciones de todos y cada uno de sus clientes. Nosotros, los ciudadanos de a pie, somos la gasolina que usan para sus incendios. No hace falta ser una gran empresa de elevado movimiento económico; cada pequeña libreta de ahorro cuenta. No hablemos ya de productos más nocivos, como los fondos de pensiones.

Por ello, la mejor reacción de las víctimas de esta situación es actuar contra quienes les ahogan, socavando la maquinaria desde su base. Hay otra banca, de rostro más humano, en el que no solo cuenta el beneficio a cualquier precio. Vale la pena el intento, porque es como enviar un corte de mangas a nuestro enemigo.