No es infrecuente que la lógica de los nacionalistas más afanosos patine. La diputada autonómica por Ibiza Esperanza Marí dice que el Govern parte de una «premisa falsa» al suponer que en Baleares todos dominan las dos lenguas oficiales, incluidos los niños en la escuela. Habla Esperanza de una «desigualdad social» intolerable que quiere igualar a toda costa, para lo que acto seguido niega a los padres el derecho a decidir sobre la educación de sus hijos y pontifica que es «la Administración» quien detenta esa facultad. Hay que aclarar a Esperanza que los textos de las Naciones Unidas reconocidos por la gran mayoría de países, desde la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 a la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, destacan la primacía de la autoridad de los padres en la labor educativa como obligación natural por el hecho de haber dado vida a sus hijos, con una autoridad inalienable «que no depende ni se deriva de la sociedad o el Estado». Y aunque deleguen parte de su responsabilidad en maestros que les ayuden, «los padres y tutores siguen reteniendo su autoridad».

Es lamentable que aún tengamos políticos ignorantes de los derechos irrenunciables de los padres. Desconozco si Esperanza tiene hijos, pero su ligereza al despojar a los padres de un derecho básico dice bastante sobre el concepto que le merece la patria potestad y las relaciones paternofiliales. Sin temor a exagerar, se compara su discurso con el de regímenes totalitarios de todas las épocas, que siempre procuran adoctrinar a los niños al margen de los padres en una escuela estatalizada para convertirlos en borregos obedientes en lugar de enseñarles a pensar. Para rematar, si «la Administración» propone un programa que no es de su gusto, como ahora sucede con la educación en Baleares, Esperanza no lo acepta. La única lógica que asiste a Esperanza es que identifica «la Administración» consigo misma y sus deseos.

Juegan los nacionalistas como tahúres con varias barajas, desobedecen las sentencias del Tribunal Constitucional que rechazan la utilización de la escuela para sus fines de inmersión lingüística, pero «amenazan» con acudir al mismo tribunal para que les dé la razón. Juega Esperanza con el lenguaje para homologar «desigualdad social» con el desigual dominio de lenguas que conviven en Baleares con tanta naturalidad y tan buenos resultados sociales. Hiede a totalitarismo ese afán de igualarnos a todos en hablar como a algunos gusta. La gente está por naturaleza en contra de imposiciones por la simple razón de que tiene libertad; la premisa falsa es creer que no la usarán antes o después para reaccionar contra la tiranía. No caen los nacionalistas en que el peor enemigo de la lengua catalana hoy pudieran ser ellos mismos: dan a la lengua el abrazo del oso, aparente prueba de cariño que ahoga al abrazado.